El pasado 17 de abril de 2019, David G. Lago presentó su poemario ‘Animalicémonos’ en la librería 80 Mundos de Alicante. El maestro de ceremonias fue el poeta alicantino Óscar Navarro Gosálbez, cuyas palabras en dicho evento reproducimos a continuación.

Animalicémonos es el cuarto poemario de David González Lago (Córdoba, 1981). Se trata de un conjunto de poemas que presentan todos ellos a distintos animales como hilo del conjunto. A priori, podríamos pensar que estos poemas son la mera plasmación de instantes o de imágenes que el autor viviera o quisiera compartir con nosotros. Sin embargo, nada más comenzar la lectura del libro nos damos cuenta de que en este los animales son una puerta de entrada a la crítica de distintos aspectos de nuestra vida cotidiana, que  está alejada del mundo natural.

En el poema que abre el conjunto, «Analicémonos», David nos ofrece su carta de intenciones. Se trata de un poema nuclear ya que en él se encuentran condensados, como en simiente, muchos de los temas que se desarrollarán a continuación, así como el motivo, la causa primera que le lleva a escribir estos poemas:

Al principio no fuimos así.

Levantémonos del subsuelo.

Emerjamos de nuevo.

Analicémonos.

Icémonos como animales.

(«Analicémonos», pág. 18)

Óscar Navarro

Ya en este poema, en concreto en los dos últimos versos, aparece una constante del poemario, y de la poesía de González Lago en general, y es la de jugar con las palabras, retorcerlas para que sirvan a sus propósitos. Sin embargo, a diferencia de lo que suele ser habitual en la mala poesía (que, por supuesto, no es el caso), no se trata de hacer “juegos de palabras”, sino de jugar con ellas; el autor no busca solo un objetivo estético o hacer alarde de ingenio, sino que esa torsión del lenguaje tiene un objetivo comunicativo concreto.

Por otro lado, como el lenguaje nunca es del todo inocente, y sabemos que una vez lanzado al mundo un libro, este deja de ser patrimonio exclusivo de su autor, yo voy a permitirme jugar también un poco con sus palabras. David abre el libro con un poema que lleva por título, ya lo hemos dicho, «Analicémonos», mientras que el último de los textos se titula, «Animalicémonos», igual que todo el conjunto. Entre un poema y otro, en el trayecto, lo que se hace es añadirle al primero de los título dos letras, la «i» y la «eme», las cuales, convenientemente reordenadas, permiten formar el pronombre personal «MÍ», aunque en el segundo título aparezcan en orden inverso, como reflejadas en un espejo.

Y es que en este poemario, la importancia de lo especular no deja de ser evidente. David González Lago se sirve de los animales y de sus costumbres como si de espejos se tratara para vernos reflejados en ellos, con nuestros defectos y con muy pocas virtudes, de ahí la necesidad de volver a ser animales, de “animalizarse”.

Como decía antes, los poemas de Animalicémonos dan voz a distintos animales, o bien hablan sobre ellos. Aunque de entrada podamos sospechar que el uso de estos símiles zoológicos no es más que una mera armazón argumental sobre la que levantar el poemario, sin menoscabo de la legitimidad de dicho recurso, no deja de ser curioso anotar que ya en su primer poemario publicado, 3 reflexiones que Cristo haría en mi lugar (2016), el autor apuntaba a la necesidad de mirar el mundo desde la perspectiva de los animales, como en el poema titulado «Con la edad de Cristo», donde dice:

Me doy el placer de vivir otras vidas,

miro el mundo con ojos de animal,

respiro sin humanas preocupaciones,

soy consciente de la estupidez humana.

(33 reflexiones que Cristo haría en mi lugar,

«Con la edad de Cristo», pág. 18)

Óscar Navarro charla con David G. Lago

Todo el poemario utiliza de manera más o menos directa a los animales para presentar una tesis, como apunta Pedro Alberto Cruz en el magnífico prólogo al libro. Esta tesis sería la de que los seres humanos, desde que abandonamos nuestra “animalidad”, somos capaces de innumerables crímenes, vicios y bajezas. Por ejemplo, en el poema «Roma no paga amas de leche» (título que parafrasea la famosa frase de Escipión), deja entrever la vergüenza que la naturaleza siente hacia nosotros, hacia la civilización.

Todo el poemario Animalicémonos se constituye en una especie de bestiario, al modo de los libros medievales, en el que los animales nos dicen que nuestro mundo, nuestra vida moderna, está equivocada, que la vida debería volver al ritmo lento de la naturaleza porque «—el botón de la pausa murió—.» («Poco a poco hundiremos el Arca de Noé», pág. 24), porque, en respuesta a los colmillos de los elefantes, «Solo quiero/mi espacio/mi aliento/mi tiempo» («Invasión de elefantes», pág. 34) y se pregunta «¿Por qué no beberemos/agua de clepsidra?» («Vivimos como copulan los conejos», pág. 46).

El libro está recorrido también por referencias a la antigüedad clásica, jugueteando muchas veces con las mencionadas imágenes de animales, lo que le dota de una potente unidad: la Loba Capitolina en el poema antes citado, Sísifo transformado en escarabajo pelotero o Ulises (aunque no de manera explícita, en el poema «El pájaro no quema queroseno», pág. 67).

También es interesante destacar que, para el poeta, el componente social, o de denuncia social, es fundamental. A modo de distopía televisiva, llama la atención sobre aspectos de la vida moderna que, lejos de hacernos sentir más libres, en realidad nos atan, porque «somos/menos libres que las hormigas» («Mirada de Homo sapiens», pág. 25); en este mismo poema nos habla de la ausencia que se erige en presencia, en posible referencia a las redes sociales. En el poema «Olvidado gregarismo» concluye:

Los búfalos nos miran con asombro.

No pueden comprender

nuestra ausencia

de conciencia de clase.

(«Olvidado gregarismo», pag. 22)

Frente a esta desoladora constatación, David González Lago propone un camino de liberación. En realidad más de uno, si atendendemos al hecho de que todo el libro sirve para lanzar el mensaje de que deberíamos volver a una cierta comunión con la naturaleza. El otro camino al que me refería es el de la poesía, de la literatura, como elemento salvífico, representado, por ejemplo, en el poema «No soy paloma pacificadora», donde dice que «Voy lanzando excrementos literarios/—certeros—/sobre viandantes que deambulan/como zombis estúpidos» (pág. 44), o cuando afirma que «[las cigüeñas] nos recitan poemas/que nos enseñan/quién está fuera de contexto» (pág. 56).

 Porque si antes mencionaba la presencia recurrente de lo clásico, otra de las constantes en este libro es la de la literatura, con referencias a Edgar Alan Poe o a Bukowski. En el poema «Comportamiento felino» expresa claramente la actitud del escritor (yo diría más bien del pensador) cuando dice: «Vivo estudiando el mundo/con felina obsesión».

Para finalizar, diré que el poemario Animalicémonos, mediante un lenguaje directo (en ocasiones explícito), traza un trayecto que va desde la constatación de un problema hasta la proposición explícita de una solución. El problema es que, cuando nos analizamos, nos damos cuenta de todo lo malo que nos ha sobrevenido al abandonar el edén de la naturaleza. La solución que propone, tras un viaje a través de diferentes faunas, aparece en los últimos versos del último poema, que funciona a modo de corolario, donde dice:

Analicemos las señales. Retomemos la cordura.

Icémonos como animales. Animalicémonos.

(«Animalicémonos», pág. 74)

Animalicémonos es un poemario valiente, directo, con ciertas dosis de humor, en el que podremos asomarnos a nuestra realidad con sonrojo, pero también con una buena dosis de esperanza.