Hincho pectorales sin boina, solo perder lastre. Ya no queda ni rastro de la luz cenital del verano: que la vida recupere la compostura y lo que pareció pertenecernos no sea más que la manifestación de mi famosa incapacidad. Días limpios de surf más allá del cabo de Trafalgar porque la inercia del asunto y una cápsula que te inmuniza contra la desertización está bien.

Imaginad zombis decididos a cambiar de vida y la creatividad robada retornará a nosotros. Que a un observador despistado le parecía traficar con sueños y atardeceres, los poetas y los windsurfers. Te estoy devolviendo a dios, que no hay 4G ni ocho mierdas que puedan atraparte aquí y las estrellas se apelotonan en la ventana pero al final sabrás que es mentira.

Hoy cenaré coliflor hervida en pulmones ansiosos aunque quizá toda esta electrificación (una cajita con 5 películas de Cassavetes) es probablemente más importante que el propio asunto. Hay algo tan hermoso en este azar tan concreto  —¡y las caras no llegan ni a definirse!— que se inventan la vida a su antojo envuelta en vendajes incómodos y rosales de baño. La luna quedó en pausa aunque la máquina de tabaco se salvó por un pelo, el baño es un enorme cubo casi vacío, hay una hoguera en Majanicho que da calor y tú me dirás vaya un escapista de mierda.

Ilustración: Omar Daf

Y también estaba aquél que metía gente cuando el circo se pone en marcha y un motor diesel cogiendo la bicicleta; soles a quemarropa y noches benditas que desmontaron cajas y otro que bailaba tan bien entre cielos azules giros side-on y polvo negro… Falta poco y es el momento de enrollar las corbatas y mojarlas en leche. Y eso que cuento con la mejor de las guías posibles: sean ficticias y virtuales o crudas y perceptibles, volveremos a ser divertidos e injustos hijos de perra. Recuerdo que tuve un gran amigo poeta mapache beat mientras una pantera lo observaba desde el quicio de su miedo y yo te contestaré que escapismo capullo.

En los contenedores de basura el orden supremo para generar nuevos negocios que nos hagan volar de verdad y ruidos hechos con la boca se expande hacia el exterior. Entonces digo que hubo grandes trayectos que casi quebraron mi entereza —coger el metro en la 145— y todas aquellas naciones del espíritu que esperamos explorar… ¡eso es el backloop! Al igual que se extinguen el hielo y los atunes declaramos unilateralmente nuestra independencia.

La suspendemos de forma indefinida hasta que alguien se caiga por prescripción médica, que la única alternativa siempre ha comido de tu mano (aire compacto) y, esa tarde dorada, descuartizar las oportunidades torácicas a ritmo Motown, asegurar humedades de alto periodo y guiar a los surferos muertos el día de año nuevo, a mújoles matriculándose en la universidad y olvidar toda matemática.

Ilustración: Omar Daf

Días navegados que batieron récords sin asistencia en ruta, un neón que apaga estrellas que puedas comprar en el mercado negro de la tristeza que salía en una peli de Jim Jarmusch y, luego, intentaré estrujarme el pecho en busca de opciones. Hay una calle en Essaouira en la que el viento cae a plomo: será un mísero instante para un diminuto poseedor que el día se tiña de gris y expresarme gracias al baile.

Al mismo ritmo que caigan los kilómetros la temporada de bodas casi ha llegado a su fin. Leeré unas líneas de un manual de meteorología sofocadas por la buena nueva —¿no ves que te estoy dando un camino y atravesar subterráneamente Manhattan a las 8 de la mañana?—. En mi disculpa añadiré, en la geometría del amor, que en la foto con la pieza lograda el encaje del puzle de un trillón de isótopos que estaba inmóvil tienen su valor más en el acto de poseerlas que la lanza quiebre por su dulzura.

Lujo Berner (suponemos)

Que te estoy reconciliando con lo natural (ahora son los cielos rosas en llamas los que claman la llegada), que todo es más fácil de lo que piensas (una esperanza que campa en la fábrica desde los brazos del titán que actúa como una caja de resonancia): expulsar toda esta basura tóxica de enfocar nítidamente los asuntos, llenar el mundo de niños pixelados… ¡te estoy dando la cura! (que la flecha gire en el aire o en los kilos pesados) y después se extinguen tus días —acción del viento de poniente—, un bosquejo en la memoria, los horizontes y el viento… Ni eso.

Ah, por cierto, el avezado lector observará que el libro contiene varios poemas tachados. Sí, nosotros también lo hemos observado.