Prólogo de Marisol Sánchez Gómez a ‘Del privilegio de la ingravidez’, de Rafa García Jover

Del privilegio de la ingravidez es un poemario que nos interpela y no tiene una lectura cómoda. Acercarnos a la obra de Rafael García Jover nos plantea la inmersión en un libro-enigma fascinante en el que prácticamente todo reclama protagonismo mientras el autor reflexiona sobre una realidad que se sabe fragmentada, pertrechado con un nutrido bagaje de imaginación, memoria y modestia; una modestia que se intuye en su uso constante de las minúsculas y en la delicadeza con que acomete su tremenda profundidad, sin aturdir, como casi sin pretenderlo, pero dando pie a una obra compleja, elaborada, intelectual y apasionada a la vez, en la que la nota a pie se convierte en algo necesario para avanzar sin tropiezos por su lectura. En ella el planteamiento inicial de la ingravidez como la no existencia de la gente olvidada, de quienes sufren inermes la violencia de lo cotidiano, de quienes se enfrentan a la muerte, a la desorientación y a la pérdida, nos lleva a una parte final de reflexión filosófica sobre la ingravidez – y la escritura.

García Jover avanza en los poemas desde una perspectiva social amplia hasta otra más introspectiva y metafísica que se centra en la ingravidez como un no existir, como una huida voluntaria que atraviesa el microcosmos norteamericano atiborrado de moteles, supermercados, cultura popular, adolescentes asesinos en high schools y celebrados escritores alumnos y alumnas del college más pijo y sorprendente de Estados Unidos. En esta travesía le acompaña su observación analítica de un mundo muy complejo, algo que conduce a un inevitable desencanto, como el que se plasma en la desolación cósmica de los cuadros de Edward Hopper o de esa Petrochemical America o “Avenida del cáncer” que con tanta agudeza nos han presentado el fotógrafo Richard Misrach y la paisajista Kate Orff. Y para ello el marketing del sueño americano no encuentra alivio.

Con delicadeza pero con determinación el autor nos lleva de la mano hacia la última parte del poemario: un estudio filosófico y semántico sobre la ingravidez, la gravedad cero, sobre los abismos que surgen de las palabras canceladas. Y es en esta última parte donde se establece de manera potente lo que se viene intuyendo de manera más tímida desde el principio ya que este poemario es también una acumulación armónica de ideas, imágenes y metáforas que ya han aparecido antes, enriqueciéndose y complementándose unas a otras. Así, Whitman, Lorca, Ginsberg, Cardenal, Easton Ellis, Tartt y Lethem, o las sillas, los troncos y las piedras, los abismos y las montañas, aparecen y reaparecen en los versos, como una especie de línea continua que ayuda al lector a penetrar en el enigma. Un enigma que no se resuelve fácilmente porque, como todo, cualquier elección es eso y su contrario y las casas vacías dan cobijo a miles de personas, y miles de llaves abren la misma puerta, y las casas cerradas están en realidad abiertas, y excavar un vacío de total liviandad crea una inmensa montaña de tierra sobre la que trepamos y ascendemos y en la que se acumulan los objetos, sentimientos y vivencias que Rafael inserta en sus versos. Porque la gravedad es una inmensidad en la que todo está conectado y porque cuanto más entramos e indagamos en las profundidades de la materia más vacío encontramos ya que el átomo está esencialmente vacío, y esta dualidad de opuestos se encuentra en todo el libro haciendo que lo ingrávido y su contrario se constituyan en conceptos inseparables e ineludibles que generan por ello gran sorpresa en quien lee.

Este libro es una experiencia insólita, un gigantesco acto de reflexión que a veces nos obliga a parar la lectura y repensar una idea. Nada en él es gratuito ni es un pasatiempo, y se constituye en la descripción de un mundo en caída libre en la que el autor, poeta generoso y humilde – como debe ser, porque ahí radica el atractivo de los grandes – indaga con sincera curiosidad en la otra cara de la realidad, adentrándose en lo desconocido con una suerte de “realismo visionario”, como lo denominaba el poeta Eduardo García. Con una intuición poderosa y una gran voluntad de comprender e interpretar el mundo haciéndose preguntas y buscando respuestas, el autor consigue que lo invisible se haga real y lo real se haga flotante, sin gravedad, y que ambos mundos se comuniquen en un todo singular de interrelaciones encadenadas. ¿Podemos estar seguros de haberlo interpretado bien? No, pero no importa porque cada verso crea en nosotros atracción, expectación y sorpresa, ya que como bien nos dice García Jover, “la poesía no habla de lo que ocurre / sino que traza líneas paralelas / tan infinitas o más”. Una línea infinita de palabras que da la vuelta al mundo y nos ata a este libro.

Marisol Sánchez Gómez
Madrid, noviembre 2022