Prólogo de José Daniel Espejo a ‘Donde la nieve, ahora’.

Tú que me reprochas el acudir en batalla
y asistir a los placeres, ¿puedes acaso hacerme eterno?
Ya que no puedes impedir mi muerte
déjame salirle al paso con cuanto poseo.
TARAFA

Este año se cumplen veinte del lanzamiento de Yankee Hotel Foxtrot, el disco con el que muchos conocimos a Wilco. Leyendo los típicos textos conmemorativos aquí y allá me encuentro con algo interesante; un tiempo antes de cerrar el álbum le preguntaron a Tweedy por qué se retrasaba y cómo iba a ser y contestó (cito de memoria): estamos abriendo huecos en las canciones, no sé explicarlo mejor. No se puede explicar mejor. Lo que parecen perfectos himnos americana se desbaratan en el ruidismo, o se pierden los estribillos, o una percusión industrial los convierte en otra cosa.

La poesía de John Ashbery funciona de un modo parecido: los ritmos, los tonos, incluso los resortes emocionales están en su lugar, pero un enorme hueco se ha tragado el corazón del poema, su sentido. Esa fascinación por lo hueco, lo borrado, lo que falta es parte del espíritu de nuestros tiempos, a bordo de un planeta al filo de la quiebra. Conejos paralizados por los faros del coche, nuestras ficciones se llenan de cataclismos y nuestra cultura de desiertos. El desmontaje del yo, los automatismos del lenguaje, la rendición a la asemia, la porosidad del arte orientan la creación contemporánea.

No, este no es el típico textículo de la Antipostmoderne Aktion. No voy a sacar ninguna bandera humanista para condenar la pérdida de valores de Occidente, qué ordinariez. Me la pela Occidente. Y me interesan mucho muchas de estas propuestas centradas en el vaciamiento, en lo perdido. Pero, a veces -y leyendo Donde la nieve, ahora es una de esas veces-, me doy cuenta de que, mientras estamos todos contemplando fascinados el triunfo del desierto, siempre hay alguien que, en el borde, trata de sacar adelante una cosecha. No como una forma de reivindicar nada, no como una toma de posición nostálgica ante nada, sino para mantener su vida.

Nos atraen los absolutos, el Vantablack, el colapso, pero a un lado alguien, con una voz humilde, convoca al poema la imagen de una mujer feliz abrazada a un perro. Una mujer amada y perdida, y el hueco tras su marcha, le dan forma a Donde la nieve, ahora, este poemario a continuación, donde Teruel resiste y sale con cuanto posee al encuentro de ese hueco. Y desde una provincia sureña, desde una vida de largos horarios laborales y una poética periférica, lo llama nieve para no rendirse a él. Y en el desamor, en el brillo cegador del pasado inmediato, en la pervivencia de los fantasmas de esos dos seres que se querían y habitaban bailando una casa, hay una toma de posición, una hermosura, una humildad y un lenguaje. Poesía, en suma.

José Daniel Espejo