Víctor es una joven promesa de la hotelería que ha sido contratado por el mejor hotel de Madrid para el turno de noche. Convencido de su inminente ascenso a Director General, se ha comprado un coche acorde al puesto.

Víctor es un cincuentón divorciado, calvo, gordo y exconvicto, que quema su vida entre un cochambroso apartamento de alquiler de 30 metros cuadrados y su trabajo en el turno de noche de un geriátrico.

Sí, hablamos del mismo Víctor.

El mejor amigo de Víctor es un excéntrico multimillonario, dueño de un pueblo en la costa gallega, acusado de secuestro y pederastia.

Ricardo Espaldier es el seudónimo con el que firma sus novelas el enigmático creador del Espía Crusat, una suerte de James Bond español que revienta el mercado con cada nueva publicación y su posterior adaptación cinematográfica.

Ricardo Espaldier es el mejor amigo de Víctor.

Esteban Buonote es un filósofo misántropo que llegó a publicar dos ensayos de escasa tirada por los que los coleccionistas pagan cantidades desorbitadas. Afirma que los Jinetes del Apocalipsis son siete y una vez llegó a ver al quinto: El Jinete de la Tormenta.

Esteban Buonote es Ricardo Espaldier.

Nadie sabe quién es Erika.

Una anciana a una botella de bourbon pegada, una pitonisa de pelo encrespado, una dominatrix de ciento sesenta kilos, policías apostando sobre la suerte de un donante de esperma, incesto, heroína, Charles Dickens, Julio Verne, Alejandro Dumas, Superman, Batman, Iron Man y recuerdos que se vuelven espuma de mar al caer sobre las olas del Atlántico completan el lienzo sobre el que Darío Lozano sitúa a Víctor y Esteban, en una historia donde, por encima de todo, se habla de amistad y de amor a la literatura.

 

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Pueden creernos, la sinopsis no miente: Víctor es una gran promesa de la hotelería cuyo ascenso a lo más alto del organigrama de su hotel de lujo es más que inminente y, por otro lado, Víctor es un cincuentón gordo y calvo que se gana la vida como bedel de noche en un geriátrico. Claro que entre ambos momentos transcurren 30 años. Mejor dicho (aunque suene a condena), treinta años y una noche, la de su reencuentro con Esteban y Ricardo.

Y otro tanto, o algo parecido, ocurre con Esteban y Ricardo, filósofo misógino del que apenas se sabe nada, el primero, y escritor de best-sellers que convierte en oro todo lo que escribe, el segundo. Pero para esta coincidencia de identidades no es necesario que transcurran años: siempre han sido y serán la misma persona (que, dicho sea de paso, no se llama Esteban ni Ricardo).

Entra en juego, como una suerte de secundario en la sombra, un tal Crusat, Eduard Crusat. Referirnos a él con esta manida fórmula no es antojo ni casualidad. Eduard Crusat es el James Bond que Esteban alias Ricardo creó gracias a la inercia de miles de libros leídos en su infancia y adolescencia.

De Erika sólo sabemos que una vez tuvo un sueño del que nadie tiene claro si ha llegado a despertar.

Tres personajes principales en torno a un super agente secreto que no vive más allá del papel para tres tramas bien distintas en forma, tiempo y espacio, que Darío Lozano narrará siempre por boca de Víctor, pero transmitiendo el dolor y dicha de quienes hicieron a éste partícipe de sus triunfos y pesares. No obstante, el sueño de Víctor es ser escritor, ser el nuevo Ricardo o Esteban o como se quiera llamar el autor de esas novela que tantas y tantas veces le han hecho soñar despierto, y no pierde la oportunidad de (intentar) narrar una buena historia de la mejor manera posible siempre que tiene ocasión.

Crea, de este modo, Dario Lozano una novela compleja, de contrastes, donde la historia de Víctor, antihéroe, macho beta, nos recuerda las novelas de Tom Sharpe, Eduardo Mendoza o John K. Toole; si Eduard Crusat es James Bond, Víctor es una suerte de Wilt o Ignatius enfrentado a su particular conjura de los necios, una encrucijada en la que, siempre tras la pista de su idolatrado escritor, tendrá que vérselas con una estrafalaria pitonisa, una dominatrix de ciento sesenta kilos, una anciana ebria y su iracundo hijo y los cuerpos de seguridad del Estado; y todo casi sin abandonar el mostrador de un burdel escondido tras la fachada de un hotel de lujo.

En este delirante recorrido, que durante treinta años nos llevará de la recepción de un hotel a la de un geriátrico, pasando por pueblos perdidos, estaciones de servicio y el Camino de Santiago, el hilarante tono del esperpento se difumina hasta convertirse en vapor de azufre al caer en las mismas grietas que el resto de protagonistas. Detrás del personaje, del nombre, del escritor superventas idealizado por Víctor, hay un descenso a los infiernos que pocos pueden imaginar, ni siquiera las enfermizas mentes de la prensa amarilla, que persiguen al autor y a la tal Erika como buitres trazando círculos sobre un moribundo.

Estamos ante una historia que rebosa literatura de todos los tiempos y géneros: los ensayos que un desconocido escribió en la sombra y por los que los coleccionistas pagan cantidades desorbitadas ahora que apenas quedan ejemplares; los clásicos de Verne, Dumas y Dickens con los que Esteban logró engañar a la realidad durante unos años y le convirtieron en el escritor de mayor proyección internacional del momento; los superventas que adornan la lúgubre vida de Víctor y le mantienen aferrado al sueño de lograr algún día juntar diez palabras de las que su ídolo pudiera sentirse orgulloso; estas historias de espías y conspiraciones internacionales para acabar con la humanidad son las mismas que utilizó una niña de doce años para esconderse del mal sueño de su vida, de la nebulosa de alcohol, heroína y palizas que cubría el ruinoso hogar de su infancia.

Y por encima de todos, observando, moviendo los hilos, El Jinete de la Tormenta. ¿Quieres saber quién o qué es? Pues adéntrate en esta maravillosa historia porque Darío Lozano tiene la respuesta. Mejor dicho, Víctor. O no, Ricardo. Espera, cuando aparece el jinete, suele ser Esteban quien lo recibe.