Cuando la vida es una sucesión de nubes grises que no dejan pasar un mínimo rayo de esperanza debemos cuidarnos de no cruzar los dedos demasiado fuerte esperando que se cumplan nuestros deseos, pues un exceso de luz, antes que iluminar, puede cegarnos.

Sara vive enclaustrada en casa de su madre, en Requena, preparando unas oposiciones. Cuando logra una sustitución en Castellón piensa que su vida comienza al fin a brillar, pero el encierro matutino en el trabajo y vespertino en una localidad donde no conoce a nadie (y nadie parece querer conocerla a ella) logra que pronto eche de menos la estampa familiar que antes le parecía una condena. Si a eso sumamos que su pareja sufre un accidente de escalada tras el que, como una suerte de revelación, siente que no puede atarse sentimentalmente a nadie, podemos concluir que la vida de nuestra protagonista dista mucho de ser un cuento de hadas.

Y es precisamente un cuento, aunque no de hadas, lo que golpea con fuerza el timón de su existencia dejándola a merced de una marea que muy lejos está de poder dominar: un día, tras ver a su sobrino trastear con interruptores y luces, comienza a escribir José Luis y la bombilla. Y cuando abre los ojos se descubre a sí misma presentado su best seller en Oriente Próximo, codeándose con estrellas del surf, del motociclismo y la mismísima J. K. Rowling.

Ilustración: Anca Balaj

Como Scarlett en Lost in translation, se siente algo desorientada cuando empieza a creerse que todo está ocurriendo de verdad (esto es: una vez allí), y la distancia y las diferencias culturales hacen que comience a echar de menos todo lo que le parecía tan gris y monótono en su tierra. Afortunadamente uno de los traductores es granadino y se agarra a él de manera incondicional. Un auténtico clavo ardiendo. Y vaya si se quema.

Sin poder apenas luchar contra los sentimientos hacia el traductor que empiezan a tomar las riendas de sus días en oriente, surge la enigmática y exótica figura de Rasha, la segunda traductora, quien desde el primer momento se desvive por servir a la escritora mucho más allá de las traducciones para las que ha sido contratada, haciéndola sentir como una filósofa que ha escrito el libro llamado a cambiar las vidas de miles de personas. Sí, José Luis y la bombilla. Y sí, Sara cree que se está riendo de ella. Y más cuando unos extraños sucesos en la cabina de traducción dan el pistoletazo de salida a la batalla erótico-psicológica a tres bandas que se mantendrá durante todo el tiempo que dure la gira, y que será el telón de fondo de una apretada agenda de presentaciones, cenas y galas, y alguna escapada, en un rincón del planeta donde el alcohol brilla por su ausencia. Y vive Dios (o Alá) que llegará un punto en el que Sara no pida tanto a la vida: sólo una cerveza, tan sólo una, antes de empezar a sudar y llorar Sprite.

Y es que es entre Sprite y Sprite que Sara pierde el control de sí misma y comienza a hacer promesas de futuras publicaciones de las que no ha escrito ni una sola línea, a citarse para cenar con hombres en los que días atrás nunca se hubiera fijado, a perseguir a desconocidos y desconocidas con quienes sueña despierta, a destilar una incontrolable tensión sexual las veinticuatro horas del día ante hombres, mujeres y algún adolescente de incipiente pelusilla en el bigote, e incluso a suplantar otras identidades.

Y bueno, habrá breves momentos de lucidez en los que Sara plante los pies en tierra firme para mirarse al espejo y preguntarse por qué no se reconoce, pero el ataque de un tiburón, un pequeño amuleto olvidado (o no) por una chica en la cafetería del hotel y un tigre de mastodónticas dimensiones terminarán por arrastrarla a caminos por los que nunca hubiera imaginado atreverse a transitar.