En el realismo mágico lo sobrenatural está a la orden del día para todos los implicados. Sin embargo, en esta obra se abraza el género para unos personajes (principalmente las personas mayores de extrarradio) mientras que los más jóvenes y urbanos mantienen su capacidad de sorpresa. ¿Qué lleva a alguien tan práctico, a priori, como un ingeniero a caminar por estos senderos un tanto irreales? ¿Son esos personajes prácticos, escépticos, que no logran encajar más realidad que la demostrable en un laboratorio, la proyección de tu yo en los relatos?

Leí una vez que se sospecha que las hormigas no saben que existimos. Pero es indudable que perciben la interacción que tenemos con ellas. Percibimos todo a través de nuestros cinco sentidos, pero, en ocasiones, como las hormigas, intuimos cosas que escapan a esos cinco sentidos. Yo trabajo con cosas concretas. Me paso ocho horas al día entre mediciones y datos. Pero la ciencia no consigue explicar todo lo que sucede a tu alrededor. A mí me han sucedido cosas que no tienen explicación. Premoniciones, intuiciones, sentimientos… Todo eso no es medible y la única forma de tratar de entenderlo es, como hacían hace siglos alrededor de una hoguera, contando historias.

Dices en el epílogo que el relato ‘El banquete’ nace de tu cada vez más grave pesimismo, pero puedo intuir (porque nos conocemos muchos años) que lo escribiste con una irreverente sonrisa, la misma que se me pone a mí cuando lo leo. No me creo que estemos tan mal.  

No, estamos peor (risas). Ese cuento es un consuelo. Es una forma de afrontar con humor que, hoy por hoy, vivimos una catástrofe. Todos queremos ser guapos, listos, delgados y ricos. Hay manuales de autoayuda que te explican, desde una perspectiva positiva, cómo alcanzar tus objetivos. Te dicen que desees algo bueno para ti, que confíes en tus cualidades, que sientas dentro de ti no se qué… Todo eso siempre sonriendo. Pero ninguno te habla de que le desees algo bueno al que tienes al lado, que confíes en él o que le ayudes a mejorar sus cualidades. Todo se basa en el yo. Competir en lugar de colaborar. Eso es una porquería  que nos hemos creído. Necesitamos a lo otros. No podemos aniquilarlos para sobrevivir.

Durante la obra se aprecian muchos enfrentamientos entre generaciones. Algunos violentos, como la relación de la monja con la protagonista de ‘La picota’, y otros que no son más que distintos puntos de vista, como una mujer que no termina de entender que su sobrina quiera estar soltera.  ¿Crees que alguna vez dos generaciones consecutivas podrán ponerse de acuerdo en algo?

Mi generación, ésa que vino después de la Dictadura, fue muy obediente. Hicimos todo lo que nos recomendaron. Nos aconsejaron que estudiásemos para tener una vida mejor y obedecimos. Aunque no fue mi caso, a muchos les dijeron que trabajaran de sol a sol para comprar una vivienda y obedecieron. Nos aseguraron que nuestra vida iba a ser mejor que la que la generación anterior había tenido. Sin embargo, nadie contaba con lo que vino después, y por lo tanto nadie tenía soluciones para ello. Esto pasa generación tras generación porque los tiempos cambian, y las exigencias del tiempo son diferentes.

Es cierto que, ahora que lo comentas, la reciente crisis está, de alguna forma, presente en algunos cuentos, como parte de un escenario. ¿Qué hay de esos días en el libro?

Está presente porque yo también la viví. Durante 2013 y 2014, cuando esbocé esos cuentos, alterné periodos en los que trabajé con otros en los que estuve en paro. Pasaba mucho tiempo en casa, y mi mujer era la que traía dinero. Lo que se respiraba en el ambiente de aquella época, se deja ver en algunos cuentos. Los paisajes de edificios vacíos, la tristeza de las mañanas a solas en casa, el alejarte de tu hogar y de los tuyos para trabajar por cuatro perras, no saber dónde vas a terminar… No sé, forma parte del libro, y muchos de esos cuentos no habrían existido si no hubiera vivido aquellos años.

‘La picota’ es un relato que podría estar ambientado en el siglo XVI o ayer mismo. ¿Es esa ‘España profunda’ de la que tanto se habla más profunda de lo que a priori parece?

“La picota” surge de una visita que, hace años, hicimos mi mujer y yo al castillo de Aledo. Allí una chica nos explicó, muy orgullosa, las características de aquel monumento que no era otra cosa que un instrumento de muerte y tortura. Lo más curioso es que la chica era sudamericana. Todo el mundo ha visto alguna vez esas representaciones donde aparecen indios azotados por conquistadores durante la conquista de América. Esta chica mostraba aquel monumento orgullosa porque le hacía bien al pueblo donde vivía y, por lo tanto, bien a su casa.

A los que somos de ciudad nos fascina la vida rural (quizá porque no nos hemos tenido que ganar la vida con ella, todo sea dicho). La mayoría entiende que la vida rural es lo que hacen un fin de semana en una casa, comiendo carne a la brasa y jugando a un juego de mesa frente a la chimenea. Eso no es así. La vida en el campo es diferente. Es más práctica. Lo que te beneficia lo tienes al lado y lo que no, va fuera. Yo tuve una vecina que su abuelo vivía en la huerta. Me contaba que cuando la gata de la casa paría, ahogaba a los gatos en una acequia. Ahora cualquiera diría que eso es maltrato animal y colgaría una petición en change.org para que este buen hombre acabase en la cárcel. Pero es otra forma de entender la vida y la muerte. Aquellos gatos, acabarían perjudicando la buena marcha de su casa al no tener una buena convivencia con las gallinas o los conejos, así que simplemente, sin cuestionarse nada más, se los quitaba de en medio.

 ‘Mamá robot’, ¿realismo mágico o ciencia ficción?

Ni una cosa ni la otra (risas). Es el relato más realista del libro. A los pocos días de revisar el texto salió la noticia de que ya hay robots sexuales. ¡Robots sexuales! Eso salía en las películas de hace treinta años y ahora es una realidad. Dentro de poco, habrá robots para todo. De hecho, ya hay aplicaciones para todo, Un ejemplo es que no sabemos conducir sin un navegador, cuando mi padre, hace quince años, usaba un mapa de carreteras y no se perdía. Yo soy incapaz de hacer eso. La gente confía más en su teléfono móvil para llegar a un sitio que en preguntarle a un tío que lleva toda la vida viviendo en ese lugar.  La tecnología nos ha condicionado tanto que nos estamos olvidando de que somos seres humanos.

Dices en el epílogo que el relato surge tras una conversación sobre electrodomésticos, pero me cuesta creer que no haya cierta historia personal, propia o ajena, detrás de esa historia.

Yo suelo comprar mucho en una cadena de supermercados alemana y cada cierto tiempo, entre sus ofertas, aparecen los trastos más extraños que te puedas imaginar. Hay de todo, pero lo que más éxito tiene son los trastos relacionados con la cocina. El cuento se me ocurrió un día que, en casa de unos amigos, pusieron en marcha un robot de cocina y éste hablaba con una voz de mujer algo metálica. Mucha gente que los usa te dice que hacen comida “casera”. ¡Joder! Si quieren comida casera y que una mujer les hable, que se compren una cazuela y que les enseñe a cocinar su madre. Las cafeteras de cápsulas hacen un café de mierda y no somos capaces de esperar cinco minutos delante de una cafetera italiana para saborear un café de verdad. Es demencial.

Bueno, está la otra cara de la moneda. Habrá quien te diga que son los beneficios de vivir en esta época.

Sí, pero se va la luz y no saben cocinar. Hemos evolucionado tanto que hemos inventado aparatos que han producido una involución en el ser humano.

¿Llegaste a comprar alguno de esos aparatos en el supermercado alemán?

Compré un telescopio para mirar, desde la azotea de mi edificio, la luna y el paisaje que hay alrededor. Soy un romántico y, por lo tanto, a pesar de mi profesión, bastante analógico. Mi mujer dice que soy un enamorado del siglo XIX y creo que algo de razón lleva.

Mencionas a Manuel Moyano entre tus referentes. Y, de  hecho, ‘El ángel que nos guarda’ recuerda mucho su obra (de no ficción, en este caso) ‘Dietario mágico’. ¿La has leído? ¿Crees que la santería y el curanderismo siguen vigentes en nuestra región?

Sin duda, yo mismo soy muy supersticioso. En Murcia, gente con estudios cree en el mal de ojo, el ojo de sol o en el tarot. Por las calles ves personas que llevan el lacito rojo en el coche del niño, y muchos otros cuando perdían el trabajo por la crisis decían que era porque les habían hecho un “trabajo” o si el marido o la mujer se largaba con otros decían que les habían hecho un “amarre”. Manuel Moyano consiguió mostrar todo ese mundo en su libro y lo hizo de una forma magnífica.

De hecho, se podría decir que ese cuento tiene mucho de Dietario Mágico. Su protagonista está escribiendo un ensayo sobre falsos milagros.

Sí, sin duda el libro de Moyano me dio una idea para cambiar un poco el enfoque que le estaba dando al cuento porque, al principio, cuando empecé a esbozarlo en mi cabeza, ese personaje no estaba. El desarrollo era diferente. Pero también hay muchas otras cosas en el cuento: están los circos de fenómenos estadounidenses de principios del siglo XX, el realismo mágico sudamericano… Aunque todo tratando que encaje en nuestro entorno.

Sí, de eso me he dado cuenta. Salvo uno de los cuentos, el resto suceden en un entorno muy similar al nuestro. ¿Por qué? ¿No hubiera sido más fácil llevarlos a otros lugares más reconocibles, como los que podemos ver en la televisión o el cine?

Es algo que siempre me ha obsesionado. La literatura española, salvo honrosas excepciones, ha vivido subyugada por un realismo aplastante. Autores como Álvaro Cunqueiro o Joan Perucho, apenas tienen sitio entre los grandes nombres de la literatura española y escribieron obras increíbles. Todo porque tenían un marcado carácter fantástico cuando en España se hacía literatura realista. No nos extrañamos cuando alguien nos recomienda un libro de Stephen King, Lovecraft o George R.R. Martin. Sin embargo, sí que sentimos cierto recelo si a nuestras manos llega una novela de terror o ciencia ficción de un tío que se llame David Pérez o Antonio García. Esta tendencia se suavizó un poco con los autores del Boom Latinoamericano, como Cortázar, García Márquez, Borges, Rulfo, etc. Nos abrimos a una literatura más fantástica en castellano y eso ayudó mucho para otros autores que vinieron después. Sin embargo, a pesar de que, de un tiempo a esta parte, hay autores que están consiguiendo grandes éxitos con la literatura de género o incluyendo elementos fantásticos en otra, en un principio, de apariencia realista, todavía nos cuesta leer este tipo de obras en un entorno similar al nuestro. Invertir esta tendencia es algo que me he tomado como una cruzada personal.

Abundan en el libro los diálogos entre compañeros de trabajo. ¿Hay más literatura junto a una máquina de café que en un mágico mundo de dragones y unicornios?

Hay literatura donde menos te lo esperas. Sólo hay que saber mirar con atención y ver cómo se comportan los que te rodean. En los supermercados, en los bares e incluso en la cola de la ITV. En el caso de los compañeros de trabajo, son personas que conviven obligadas. No te han elegido como compañía. Por supuesto, tú a ellos tampoco. ¿Cómo no van a salir historias de ahí? Llega el viernes y gente que te ha estado puteando toda la semana te desea un buen fin de semana, y tú les deseas lo mismo cuando estás planeando cómo devolverles la jugada. Es surrealista.

Si tuvieras que vivirlo, ¿qué te gustaría estar haciendo cuando llegue el fin del mundo?

Me gustaría, quizá, mirar al horizonte y soltar una frase a lo Roy Batty, el personaje de Rutger Hauer en Blade Runner, pero tengo claro que, si el fin del mundo llega, seguramente, me cagaré de miedo y no podré hacer otra cosa que gritar por el pánico.