Estamos en Vallecas, donde reside el sevillano Rubén J. Triguero. Hemos quedado en nuestro lugar fetiche del barrio: la librería La Esquina del Zorro. Compramos la camiseta  ‘Rebelde-Firme-Libre-Solidaria ValleKAS’, a la que ya habíamos echado el ojo en otras visitas al barrio para distribuir nuestro catálogo y, nada más salir de la librería, comienza a llover como hacía años que no veíamos (somos de Murcia, la última gota fría data de 2016). Afortunadamente, porque no llevamos paraguas, hay una cafetería apenas a veinte metros. Pedimos café. Y preguntamos.

‘El viento que azota las copas de los árboles’, primer relato del libro, narra la obsesión literaria de un aspirante a escritor. Vivir de la escritura: ¿sueño o delirio?

Posiblemente ambas cosas a la vez. Es un poco esa lucha entre el mundo idealizado y el tangible. Supongo que la mayoría de personas que de un modo u otro practican algún tipo de arte, desearían poder vivir de ello, sin embargo, eso es algo que escapa al control del artista, no depende de sí para que funcione, simplemente sucede o no.

¿Malos tiempos no sólo para la literatura, sino para el arte, en general?

Sí, aunque es posible que nunca hayan existido los buenos tiempos en esos ámbitos.

Pero a pesar de todo, se intenta.

Al final todo eso va más allá de vivir de ello, es otra cosa, yo cuando me pongo a escribir, de algún modo desaparezco, me sumerjo literalmente en la escritura, me dejo llevar. Y por otra parte, está la necesidad de hacer algo con tu vida, de encontrar ese algo que le dé sentido.

El sentido, una necesidad apremiante en la sociedad de hoy día, tan exenta de valores, de principios y de ningún fin en absoluto.

Gradualmente se han ido perdiendo todos los valores y quizá todo pasa más desapercibido porque la gente vive en un estado latente, sumida en toda la oferta de entretenimiento que existe, pero sin duda, en esta época, más que en cualquier otra, la vida del hombre civilizado está carente de sentido, y realmente si no se le da alguno, por muy simbólico que sea, no queda otra cosa que sumirse en la apatía y apagarse poco a poco.

Cuando alguien anuncia su intención de dedicarse a la ingeniería, al derecho o a la informática, suele recibir apoyo y palmaditas en la espalda de amigos y familiares. Pero querer estudiar filosofía, arte dramático o ilustración suele ir acompañado reacciones tipo ‘¿estás seguro?’ o ‘¿pero harás además otra cosa que te dé seguridad?’

Sí, es normal que ocurra eso, es algo implícito en nuestra sociedad. De todos modos siempre va a haber ciertos estudios que van a tener una aplicación más práctica en la sociedad, y varían según la época. Está claro que estudiar algo muy demandado te va a facilitar las cosas, pero al final, si únicamente lo estudias por eso, tarde o temprano te vas a arrepentir de haber gastado tu vida en algo que no quieres. Al final un día te preguntarás: ¿qué hubiera pasado si…? Pero claro, entonces será demasiado tarde.

Pero en cierto modo, la salida laboral es un factor importante a tener en cuenta, porque de ello depende que uno pueda sostenerse económicamente. ¿De qué sirve estudiar bellas artes, ser un dibujante brillante y acabar trabajando en una cadena de supermercados o en una franquicia de comida rápida?

Es que más que estudiar, de lo que se trata es de encontrar ese algo que vaya con uno mismo. Mira, el otro día fui a un reconocimiento médico y la doctora que me atendió no hacía más que decirme “ahora aquí”, “ahora esto”, “ahora aquello”, metiéndome prisa todo el rato y casi sacándome de la consulta a empujones. Yo estaba asombrado y pensé, “joder, estudiar medicina durante un buen puñado de años para acabar así, mal trabajando en una clínica privada, corriendo a toda prisa para atender el máximo número de personas”. Es realmente triste, ver a una persona tan acabada, tan deseando que-llegue-la-hora-de-irme-de-una-vez-por-todas, no sé si esa señora soñaba con ser médico o lo hizo puramente por las salidas laborales, pero tanto en un caso como en el otro, perdió algo por el camino, algo se le fue.

En ‘Estación lejano paraíso’ se narra el día a día de un trabajador anónimo, un número más entre miles o millones de personas que salen de casa cada mañana para volver casi al anochecer. Tendemos a pensar que los trabajos que requieren esfuerzo (físico) y riesgo para la salud (física) son los peores, ¿por qué crees que cuesta tanto ver lo gris y triste que puede llegar a ser una jornada de ventas o de oficina?

Imagino que la mayoría de los que piensan así, deben ser personas que desempeñan trabajos físicos y pueden verlo con una mirada alejada e idealizada. El hecho de que no haya que trabajar a la intemperie (con frío, calor, lluvia, etc.), ni tampoco cargar peso o que se realice sentado y casi siempre se tenga mejores condiciones laborales, les puede llevar a idealizarlo, a verlo como si fuera una especie de utopía. Pienso que cualquier trabajo puede ser un suplicio, eso va mucho más allá de si es físico o no. Hay trabajos que generan mucho estrés, hay otros que por contra son aburridísimos, hay algunos que requieren precisión en todo momento, y también los hay que convierten al trabajador en una máquina autómata. En fin, que hay de todo y digamos que cada persona tiene necesidades y características propias. Lo que está claro es que si no encajas en un tipo de trabajo, vas a acabar odiándolo y al final, cada día va a ser una tragedia.

Si todo lo que ganamos es destinado, casi de manera inmediata, a techo y comida, ¿somos realmente libres?

Más bien, yo considero que una persona en esa situación es un pobre desgraciado. En cuanto a la libertad, tú ve a un supermercado 24 horas e intenta comprar una cerveza después de las 22 horas. Inténtalo y luego pregúntate si de verdad eres un ciudadano libre.

Vale, es una libertad con matices, somos libres en teoría.

Es que en la práctica, nuestra propia naturaleza, el hecho de estar vivos, ya limita de por sí nuestra libertad, y por supuesto la limitan la sociedad, el sistema en el que vivimos, las leyes que nos imponen, todo hace que el rango de libertad disponible sea cada vez más pequeño. Dependiendo del país en que vivamos y el contexto temporal, el margen será mayor o menor. En nuestro propio país, nuestro margen de libertad ha decrecido durante los últimos años.

Llegamos a ‘Migración de aves’, tercer relato de la serie, que gira en torno a la “Justicia” y la “Ley”. ¿Por qué no termina de funcionar?

La definición del concepto de “Justicia” puede variar dependiendo de la sociedad, del contexto histórico, del ideal, esto hace que sea difícil ajustarlo a ciertos estándares, ya que lo que es justo para unos, resulta inaceptable para otros. Por otra parte, la “Ley”, es tan maleable, está tan llena de lagunas y contradicciones que es en sí, una jungla donde se dan luchas encarnizadas en las que vencen los depredadores más feroces. Al final, el que es capaz de sacar ventaja de ello, tiene todas las de ganar y por ello es natural que todas las grandes corporaciones tengan a su disposición los mejores bufetes de abogados defendiendo sus intereses.

¿Crees que hay separación de poderes?

Sí, al menos en teoría, lo que ocurre es que en la práctica hay tanto compadreo y camaradería entre unos y otros que la línea que los separa es tan delgada y difusa que apenas es perceptible.

En ‘El río que se desborda’, un niño de clase alta descubre la opinión que se tiene de su padre, un gran empresario. Las razones de ambos bandos las oímos y leemos cada día en el bar, en los medios y en redes sociales. Parece que, al final, nadie tiene la culpa de nada, y que las cosas son así y no podemos hacer que cambien.

Sí, creo que hay una especie de inevitabilidad en todo esto. No es que las cosas no cambien, por supuesto que lo hacen, a veces para mejor, a veces para peor, pero siempre suele ser en pequeñas dosis. Lo que crea los grandes cambios son las revoluciones, pero eso también conlleva grandes tragedias.

‘Una larga espera’ no trata ningún tema en concreto, y los trata todos a la vez. Ese niño sentado en la puerta de su casa, pensando en la chica que le gusta, jugando con cromos y lanzando monedas al aire para que se cumplan sus sueños, ¿es la raíz de todo?

Vivimos en una sociedad que cada día es más individualista, las metas individuales se han convertido en la parte esencial: hay que estudiar algo que tenga salida laboral, hay que perseguir el éxito profesional, hay que ir al gimnasio para estar en forma, hay que tener un buen coche, una buena casa y por supuesto, hay que tener montones de cacharros con los que distraerse de la tensión acumulada por una vida demasiado acelerada… La realidad es que se está tan obcecado en las metas personales que se deja de lado otras tantas cosas de igual o de mayor importancia. Ese hijo o esa hija que tiene cinco, seis, siete  o diez años, que es super encantador o que está en esa edad tan delicada como es la preadolescencia, no va a tener siempre esa edad. Es decir, no vale dejarlo para mañana porque esos niños van a desaparecer, solo pueden tener cinco o diez años una vez y luego se acabó, y si no has vivido ese momento de su vida, no lo vas a hacer, se ha perdido la oportunidad… y lo más trágico es que se vive tan sumido en ese estilo de vida que ni se es consciente de la pérdida.

En cierta medida, todos somos ese niño que espera algo, pero, al final del camino, ¿sólo queda la decepción?

Pienso que ese niño muere con el final de la infancia. Mientras crece va descubriendo una serie de realidades que contradicen todo aquello que sabía o que creía saber, se va decepcionando pero con el tiempo no le queda más remedio que aceptar la realidad, porque si no, ¿qué otra cosa puede hacer? Es así como uno se va haciendo adulto.

Cerca del final nos encontramos con ‘Un dios irrevocable’, relato universal y atemporal, retrato de un círculo vicioso y casi distópico del que ningún pueblo parece saber cómo salir, pues cambiar el voto no es más que un movimiento planeado de ese engranaje del que nos han hecho formar parte. ¿Qué opciones crees que nos quedan para que algo cambie?

Existe la posibilidad de que un meteorito se estrelle contra la tierra…

Llama la atención el último relato, ‘Ízar’, pues se aleja bastante del tono y temática de la obra.

Bueno, el relato en sí es diferente porque es una aventura, no obstante, parte de una situación de desconcierto ante el mundo. Ízar es un joven que no termina de encajar en la sociedad, que no termina de aceptar ese rol secundario que le “ha tocado”. Es aficionado al montañismo y bueno, quiere salir de ese encasillamiento y digamos que la única forma que conoce es esa: lanzarse a la aventura.

¿Cómo surge esta historia de superación de un joven en quien nadie confía?

Me impresiona bastante la naturaleza en sí, la naturaleza más salvaje: esas olas de seis metros que arremeten contra la orilla, el viento capaz de arrancar árboles, la tromba de agua que desborda los ríos, el felino tras su presa, los precipicios o esos picos inaccesibles de tan altos que son. Por otra parte me gusta la gente diferente, los raros, la gente que no termina de encajar del todo. Creo que Ízar nació de todo eso, pero sólo lo creo, tal vez deberías preguntarle a él.