La obra arranca con dos poemas protagonizados por caníbales. ¿Hay algo que te devora?
Mi cabeza. En realidad, mi cabeza es el caníbal, o los caníbales. Tampoco tengo claro si son varios, pero vaya cómo se las gastan. Llevo años luchando contra mi cabeza, y ella contra mí; si la dejo a sus anchas, me habría devorado ya por completo. Últimamente nos llevamos mejor, nos damos tregua más a menudo, pero no lo quiero decir muy alto, porque escucha todo lo que digo.
Parece haber una relación amor/odio con la soledad: unas veces se alaban sus bondades y otras se asume con resignación.
Entiendo la soledad como algo necesario, a veces incluso como una recompensa; pero cuando estás a solas tienes más tiempo para pensar, y algunas veces la mente te juega malas pasadas. Por eso, para mí la soledad ha sido en ocasiones una trampa de mi propia cabeza. Encontrar el equilibrio entre ambas cosas, y aprender a decidir qué es lo que necesitas en un determinado momento, es un trabajo que me ha costado años, y que aún a veces se me resiste.
Desde que terminaste de escribir esta obra, ¿cómo llevas lo de los expertos y sus manuales?
No sé si llegaré algún día a llevarme bien con ese tipo de expertos pretenciosos. Son completamente distintos a otro tipo de expertos. A los pretenciosos les encanta oírse hablar, no se cuestionan nada, creen que poseen la verdad absoluta de todo, y no te explican cosas con la intención de que aprendas algo nuevo, sino con el deseo irrefrenable de que veas que ellos saben más que tú. Siempre me imagino una reunión de expertos pretenciosos, hablando todos al mismo tiempo sin escucharse unos a otros, en la que cada uno desarrolla el tema en el que es entendido y, cuando termina, todos aplauden hasta con las orejas y se felicitan diciendo lo interesante y necesaria que era su aportación.
Creo que son fácilmente identificables, al menos pasados unos instantes. A los otros expertos sí que me gusta escucharles, me pasaría horas y horas enteras atendiendo a sus explicaciones o cualquier cosa que dijeran. En realidad me encanta escuchar, sea a quien sea.
Lo de los manuales es otra cosa, no tengo nada especial en su contra. En el poema que aparece en el libro intento describir una situación en la que debo sacar un manual de una biblioteca. A mí me suponía realmente un mundo entrar a una biblioteca y buscar en las estanterías, porque todos los presentes levantan la mirada del papel y te miran, y eso es algo que no podía soportar, literalmente. Invertir un esfuerzo titánico en ese propósito y que tuviera que ser por un manual de gramática histórica, y no en cualquier otro libro como, qué sé yo, la misma Isla del tesoro, me sentó mal, me parecía un malgasto de energía, y le dije cosas muy feas al pobre erudito.
Al hilo de esto último, hay poemas muy viscerales. ¿Revisas lo escrito tras un tiempo de reposo, o la rabia del momento es uno de los elementos clave?
Reviso todo mil millones de veces —y la mayor parte acaba en la basura o al fondo del cajón—, pero sí que ciertos poemas son fruto de determinados episodios o situaciones que desencadenan esa rabia o enfado, o como quieras llamarlo. En cualquier caso, estos también los reviso tras dejarlos descansar un tiempo, porque sí que el primer momento es quizá de desahogo, pero pensar es muy desordenado y luego hay que darle forma y sentido a todo aquello. Dudo muchísimo hasta llegar a considerar que están terminados, si es que llego.
¿Utilizas la poesía para mostrarte o, todo lo contrario, indagar dentro de ti hasta averiguar quién eres en realidad?
Al principio la utilizaba para tener otra perspectiva de lo que pasaba por mi cabeza en ocasiones, porque parece que las cosas vistas desde fuera parecen menos terribles. Se hablaba de cómo Sylvia Plath utilizaba su poesía como una especie de exorcismo; pues en un primer momento, mi intento fue el de usarla un poco así.
Con los años me ha servido también para más cosas, como para entenderme mejor o conocerme un poco más, pero sobre todo para desenterrar una parte de mí que hacía tiempo que había perdido. Creo que con la poesía he intentado, más que otra cosa, recuperarme.
Movimiento, olas, islas, casas, mapas y ciudades. ¿Es ‘El desafortunado intento’ también una búsqueda? ¿O un intento de reconocer el entorno?
Sí, desde luego podríamos considerarlo una búsqueda, porque para reencontrarme he tenido que buscar bastante. Con eso me he permitido a mí misma cosas que antes no lo hacía; como disfrutar más de situaciones, lugares o momentos, personas incluso, o cualquier simple tontería que para mí era un mundo.
Acabo de darme cuenta de que repito muchísimo ‘cosa’. Mi amplitud léxica de filóloga. Qué bárbaro.
Y en un poemario tan vivo y dinámico, de repente aparece la figura del gato: estático, solemne, la paz misma hecha ser.
Los gatos son dioses. A mí me han aportado esa paz que transmiten, me calman. Creo que el ronroneo de un gato es uno de los sonidos más agradables y apacibles que existen en este mundo. Tienen una paciencia brutal y admirable, eso es algo importante que también he aprendido de ellos, a ser paciente tanto conmigo misma como con el resto del mundo. Y verlos dormir es maravilloso, porque si un gato está durmiendo profundamente es porque realmente se siente a salvo. Que un gato te permita verlo dormir de verdad es un regalo, porque ganarse la confianza de un gato no es tarea sencilla.
No se puede obviar el notable peso del humor en la obra. ¿Es un arma de defensa? ¿Un contrapunto que busca el equilibrio del texto?
El humor es necesario siempre. Por supuesto que es un arma de defensa, porque es una manera de relativizar todo. Y ya nos pasan suficientes cosas en la vida como para renunciar al humor. Eso sí que sería un disparate.
Entre todo lo anterior también se atisba cierto dolor y miedo. ¿Es la poesía, en tu caso, una fuerza que empuja, que ayuda a avanzar?
No sé si a avanzar, pero desde luego sí a soportar el tiempo, el miedo, el dolor y la tristeza. Creo que la poesía me ha salvado muchas veces de mí misma, de los demás, y del aburrimiento. Quizá también en ese orden.
En cualquier caso, toda manifestación literaria es ficción. Pero la literatura construye mundos, y todos son reales.
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