No te voy a sorprender con la primera pregunta porque es el lugar común por excelencia: ¿es autobiográfica ‘Ronda de solos’?

En sentido estricto, “Ronda de solos” no es autobiográfica. Nunca me he encontrado en una situación como la del protagonista, por suerte. Pero sí comparto con él un cierto trasfondo, y sus recuerdos se inspiran libremente en los míos propios. Podríamos decir que “Ronda de Solos” son unas falsas memorias musicales.

La música ha formado siempre parte de mi biografía. Mi madre estudia guitarra clásica desde que yo era pequeño, y me gustaba oírla practicar cada tarde en la cocina o el salón.

El concepto de fiesta en casa de mis tíos consistía en cantar o escuchar música andaluza: sevillanas, coplas, rumbas, las mujeres bailando con trajes de flamenca… Alguna vez llegaron a montar tablaos enteros en la casa. También recuerdo que de niño me llevaron a más de una misa rociera, donde las oraciones se acompañan con música en directo. En fin, la música en esa parte de mi familia no se limitaba a discos y conciertos: era una forma de vida.

La música también ha venido unida desde siempre a mi escritura. Publiqué mis primeros textos a los diecinueve años. Eran críticas y crónicas de conciertos para un webzine que dirigían la cantante Irene Tremblay y el periodista Héctor Garrido. Yo les mandaba textos sencillos y humildes, y ellos me empujaban a vencer la timidez, a escribir con valentía y honestidad. Les debo mucho a los dos.

Creo que la música no solo es para mí una fuente de una inspiración, sino que también la entiendo como la manera más bella de razonar. Cuando en “Folsom prison blues” Johnny Cash dice que mató a un tipo en Reno sólo por verle morir, está transmitiendo un pensamiento muy potente, comparable (y no exagero) a “El extranjero” de Albert Camus.

En el caso de “Ronda de solos”, ¿por qué el jazz? Bueno, yo soy aficionado a muchos estilos, pero el jazz era el género perfecto porque para mí es sinónimo de libertad. Piensa en los Estados Unidos de los años veinte, donde beber está prohibido, donde comprar el Ulises está prohibido, donde el matrimonio interracial está prohibido, donde el Ku Klux Klan campa a sus anchas… Y en ese panorama surge una música revolucionaria que le rompe a todo el mundo los esquemas, interpretada por el sector más humilde y marginado de la población, que asombra incluso a compositores como Stravinsky. 

Está claro por lo que digo que siento un enorme cariño por estos intérpretes. Cuando oigo a Charlie Parker o Thelonious Monk, me parece escuchar a unos tipos que se toman muy en serio lo que hacen, pero que también están disfrutando como locos. Eso es lo que he intentado con “Ronda de solos”: disfrutar muy en serio con la literatura, valga la paradoja.

Pero, a la vez, mi relación más profunda con la música es todavía un misterio. Debe haber algo que se me escapa, de lo contrario no hubiera escrito una novela sino un ensayo, o un libro de texto. La literatura, en mi caso, tiene un gran parte de investigación.

Describes muy bien el pasaje del concierto, incluyendo la estructura interna de cada canción. ¿Has tocado en alguna  banda, aunque sea de manera amateur?

Bueno, yo no soy músico, pero en la adolescencia estudié guitarra clásica, como mi madre, bajo la instrucción de una excelente profesora que provenía del entorno de Andrés Segovia. Llegué incluso a leer solfeo, un lenguaje extraño y maravilloso.

A los veintitantos años conocí al escritor y músico Marco Fernández, y tuve la oportunidad de tocar en directo con él. Como en su banda ya había dos estupendos guitarristas, entré en el grupo como intérprete de theremin, ese instrumento que consiste en una antena que emite ondas que, al entrar en contacto con tu mano derecha, producen sonidos. Vamos, que es un instrumento que se toca sin tocarlo. Puedes imaginar lo curiosa que es la experiencia, pero al grupo parecía gustarle, y a mí me encantaba tocar aquellos sonidos del espacio.

Pero, como decía, no soy músico. Por eso, para escribir la novela me he subido a hombros no de uno, sino de tres gigantes, tres músicos de verdad, que también son mis amigos, a los que quiero y respeto enormemente: Alicia Álvarez, de Pauline en la Playa, Olaf Ladousse, de Los Caballos de Düsseldorf y el citado Marco Fernández, que ahora toca en Pantano. Los tres aceptaron compartir conmigo sus reflexiones, que recogí para el libro y sobre las cuales improvisé parte de la historia, como si fuéramos un cuarteto de jazz en medio de un tema. Es un experimento del que me siento muy orgulloso, y sin ellos no lo hubiera conseguido.

¿Quién protagoniza ronda de solos: un saxofonista, la ciudad de Avilés, o la música jazz?

Como dice Víctor Erice, la ficción está en la mirada. La mirada del saxofonista es la que organiza el mundo –muy a su manera- en “Ronda de Solos”. Él es el protagonista.

Pero, sin duda, el paisaje urbano tiene una presencia fundamental. Yo he vivido temporadas en Asturias y tengo un gran afecto por su tierra y sus gentes. Además, en  Avilés presenté por primera vez mi primer libro. Avilés es el kilómetro cero de mi literatura.

El jazz, por otro lado, ha marcado mi manera de abordar el lado poético de la escritura. En “Ronda de solos”, el jazz sirve al protagonista como guardia de tráfico, como un eje civilizador y organizador de pensamientos y sentimientos. 

José Luis Carrasco (fotografía de David Martínez Rodero)

¿Reproduces los largos paseos del protagonista en tu día a día? En caso afirmativo, ¿son más sosegados mentalmente o también le das vueltas y vueltas a la cabeza hasta dar con algo que ni sabías que buscabas?

La mejor manera, para mí, de dejar salir las ideas es dar buenos paseos. Siempre que puedo, prefiero desplazarme a pie en lugar de utilizar otro medio de transporte. Me gusta observar el trazado de las calles, la arquitectura de los edificios, los carteles y pintadas, a la gente que pasea como yo… así que diría que mi forma de pensar es tan ajetreada como la del protagonista. De esos ratos de reflexión, más que de guiones cerrados, salen mis novelas. Soy más autor de brújula que de mapa, por decirlo así.

Ahora, en esta época de pandemia, he encontrado mucho tiempo para reflexionar, cosa que creo que todos nos hemos visto obligados a hacer en mayor o menor medida. En ese aspecto, “Ronda de solos” describe un momento vital que, por desgracia, parece ahora más común que nunca.

‘Ronda de solos’ es una combinación muy bien equilibrada de diario, libro de viajes, ensayo y novela, todo ello salpicado de aforismos. ¿Esta estructura estaba planeada o fue surgiendo línea a línea?

Al principio la novela no era más que una peripecia sin rumbo por la ciudad de Avilés. Tenía muchos materiales por contar, pero no sabía cómo hacerlo. Hasta que decidí organizarla como un tema de jazz, con su melodía expuesta y reexpuesta al inicio y al final y la improvisación en el medio.

Ahí, en el corazón de la novela, se centraría la aventura, la mezcla de géneros que comentas, mientras que en el primer y último capítulo se plantearía y cerraría el argumento. Una vez que di con esa idea, la novela se escribió sola.

Quisiera enfatizar lo divertido que fue escribirla, trastear con las formas y estilos. Me encantaría que el lector participara en el juego al ver que la novela se transforma según se lee. En ese sentido me sorprendió la crítica de Rubén Castillo, en la que bautiza al protagonista con un nombre de su invención. Eso es justo lo que yo pretendía, y me hizo muy feliz leerlo.

Tu primera novela era ciencia-ficción y la segunda algo tan experimental que cuesta explicarla. ¿No quieres o no puedes adscribirte a un género, a unas directrices, digamos, canónicas?

Reconozco que soy demasiado inquieto para ceñirme a una fórmula y que, tan pronto me la planteo, estoy deseando desmontar el puzle, a ver qué sale. Si hay un hilo conductor para todas mis obras es precisamente ese, la necesidad de nadar contra corriente, y quizá es algo que tiene que ver con mi experiencia personal.

Cuando empecé a escribir en fanzines, el mundo era un lugar muy pequeño: Internet no era más que una anécdota. En una misma publicación, ya fuera de papel o electrónica, nos codeábamos ilustradores, editores, escritores, músicos. Todos aprendíamos de todos. Ejercíamos cien profesiones distintas: escribíamos, maquetábamos, diseñábamos, hacíamos de comerciales, de contables y hasta de abogados si había problemas. Había un clima estimulante, donde debíamos hacerlo todo por nosotros mismos. Eso es algo fundamental, sobre todo cuando eres joven, para aprender a defender tu integridad como autor. También por eso no entiendo la cultura como una serie de compartimentos estancos, por eso me interesa todo, aunque la literatura sea mi faro. Soy un escritor omnívoro.

Mis primeros relatos se enmarcaban en la ciencia ficción, no solo por gusto sino por necesidad. Las revistas que sabía que aceptaban propuestas eran casi todas de género. Ellas fueron mi escuela. Escribí mi primera obra, en la que di todo lo que pude en lo fantástico, y encontré que ya no podía dar más. Las características de un género pueden liberar a muchos autores, pero a mí no se me ocurría nada para un segundo libro. Necesitaba un puzle nuevo que desmontar.

Entonces regresé a mis primeros amores de lectura como adulto: Paul Auster, Raymond Carver, Truman Capote, John Steinbeck, Cervantes, Kafka, Eduardo Mendoza, Enrique Vila-Matas, y a las enseñanzas de mi querido profesor, y magnífico novelista, Pedro Sorela, que me enseñó la importancia de ser un lector crítico y un escritor inquieto.

Creo que estas son las razones por las que trato de no repetirme. Pero tampoco renuncio a utilizar cualquier género como base si la idea lo pide.

La ficción (y la autoficción) nos tiene acostumbrados a protagonistas que dan largos paseos para encontrarse a sí mismos, pero en ‘Ronda de solos’ parece que lo que el saxofonista busca es, más bien, desencontrarse, huir de sí mismo.

Mis personajes resuelven los problemas moviéndose. Todas mis obras hacen físico el conflicto interno. Los personajes viajan, se mueven, caminan, aunque sea en círculos, tropiezan. Esto está tomado de manera literal de una cita de Thomas Pynchon, “Un método popular de resistencia siempre ha consistido sencillamente en seguir moviéndose”. 

Es cierto que el protagonista de “Ronda de solos” realiza una especie de despojamiento. Pero no creo que desee huir de sí mismo tanto como soltar lastre, de librarse de lo accesorio y buscar en sus orígenes y en su contacto con el mundo algún instante de revelación. Pienso que todos cargamos con mucho peso a la espalda, prejuicios, miedos, datos inútiles… y a veces es bueno volver a lo esencial. En todo caso, ese es mi punto de vista, pero cualquier otro no solo es válido sino también bienvenido.

Dentro de la novela hay un libro que no llega a escribirse. ¿Has querido representar algún bloqueo vivido?

Supongo que todos podemos hacer balance de proyectos frustrados, en la vida o la literatura, y yo también tengo mi lista de naufragios. No lo lamento, está bien que sea así. Convivir con el desengaño es lo que nos hace madurar. Además, hay algo bonito en despedirse de lo que no podemos retener y dejar que el aire se lleve algunas cosas. Pero no acabemos la entrevista en un tono tan melancólico. Esos bloqueos están presentes en “Ronda de solos”, han servido para crear algo nuevo, y hay que saber celebrarlo. ¿Ponemos un disco?