Acabamos de leer ‘Trazos en falso’. Tío Fred no pintará la valla del jardín, Oliver Spoon marchó hace treinta años y dejó en casa su dentadura, Larry Scott espera en un semáforo pensando en Tina Turner, Howard Milton empuja su carretilla, Gerry Baker se estrella contra el sueño americano, Chinaski (sí, ese Chinaski) cuida al nieto de su amigo, Sammy Perkins realiza la actuación de su vida y Mardou le da a Harvey Townshend una lección que nunca olvidará.

Estamos con su autor, y no se llama Henry ni Arthur ni Raymond, sino Javier, Javier Tortosa. Nació en Alcoy y reside en Murcia.

¿Por qué Albert Lea, Minessota?

Es una pregunta que me han hecho en más de una ocasión y, la verdad, he tenido que pensar la respuesta, porque no fue algo previsto ni planificado. Viene todo un poco del blog que originó el libro. Cuando comencé a escribir en él, lo hice con la idea de contar historias de gente. Historias corrientes de gente corriente, en las que la atención recayera sobre los personajes, donde el decorado fuese lo menos importante. No quería que el lector se distrajese en nada más. Muchas veces ocurre que sitúas la acción en una calle o en una ciudad conocida, y la gente se concentra más en ver si tu descripción es exacta que en lo que verdaderamente estás intentando transmitir. Así que pensé en algún lugar perdido, sin interés, que no conociera nadie. La ubicación era lo de menos, de hecho, al principio no tenía nombre, se trataba de un sitio genérico, podía ser cualquiera y ninguno en concreto. Por otra parte, y de forma inconsciente, las historias iban fluyendo envueltas en una puesta en escena americana. No sé, supongo que por la influencia del cine, de mis autores más leídos o de la música que suelo escuchar. La cuestión es que entre todos me iban empujando a cruzar el charco. Hasta que en una de las historias surgió el nombre de Minnesota. Salió porque sí, sin ninguna razón aparente, porque  encajaba en el ritmo de la frase que estaba escribiendo. El estado de  Minnesota me pareció un buen lugar. Podría haber sido otro, pero el caso es que fue ese. Además, siempre me ha gustado el nombre. Minnesota, suena como a este es mi territorio, cuidado con lo que haces forastero, ¿no? Más adelante, por casualidad, leí que Eddie Cochran había nacido en un pueblo llamado Albert Lea, a cien millas de Minneapolis. Y entonces ya sí, entonces supe que este era EL sitio.

‘Trazos en falso’ es un libro de relatos que deja poso de novela. ¿Son las grandes historias la suma de pequeños momentos?

Yo lo veo así. Pero no sólo a la hora de escribir, también en la vida real. Los años no son una medida indivisible, sino la suma de muchos días. De trescientas sesenta y cinco historias que empiezan y terminan, una detrás de otra. Si lo miras desde ese punto de vista, yo creo que te das la oportunidad de valorar más cada momento, cada pequeño acontecimiento. Pero bueno, no voy a ponerme trascendente… Si hablamos de literatura, en mi opinión, el número de páginas que te ocupa una historia no es más que un dato, cada una necesita su extensión, su espacio, ni más ni menos. Yo, como lector, me encuentro más cómodo en el relato corto que en las novelas de quinientas páginas. No digo que sea mejor ni peor, digo que yo estoy más a gusto. Es lógico que eso influya en mi manera de contar las cosas.

Algunos relatos precisan de apenas un par de hojas. Una idea, un pensamiento, un recuerdo… ¿Cree que esos instantes pueden llegar a condicionar o cambiar la vida de una persona?

No sé si tanto como eso. No creo que debamos estar mirando atrás continuamente, ni me convence lo de que cualquier tiempo pasado fue mejor, pero para mí los recuerdos son algo muy importante. A fin de cuentas, es lo único que nos vamos a llevar de aquí. Dentro de lo poco bueno que tiene cumplir años está que vas acumulando experiencia y, en teoría, eso debería servirte para aprender a vivir, a entender de qué va todo esto. Por otra parte, se me ocurren pocas cosas que puedan darte más felicidad que dejarte llevar por un buen recuerdo, por ese momento que todavía es capaz de emocionarte, de provocarte una sonrisa, de hacerte reír a carcajadas aunque sucediera hace un millón de años. Yo creo que eso sólo ya se merece un relato, ¿no?

¿Hay un Howard Milton en Murcia? ¿O un bar de Austin en Alcoy? Dicho de otro modo, ¿qué tiene (si lo tiene) de autobiográfica esta obra desarrollada al otro lado del Atlántico?

Dice Diego Vasallo que en todas partes hay un bar que se llama Las Vegas. Y es así. La obra no es autobiógrafica, ni siquiera está basada en hechos reales, pero sí que está inspirada en ellos. Yo no soy Harvey Townshend, no pienso todo lo que él piensa, ni mi historia es la suya, pero es inevitable que tengamos puntos en común. Por ejemplo, la edad. Los dos estamos en uno de esos dos o tres momentos de inflexión que hay en la vida. Hemos cruzado el Ecuador teórico. Digo teórico porque nunca sabes lo que te espera. Pero en cualquier caso, lo que queda por delante ya es menos que lo que has dejado atrás. Eso, evidentemente, marca tu criterio para darle valor a las cosas, tu forma de afrontar los acontecimientos. Por otra parte, yo también pienso como Harvey en el sentido de que es importante contar con un punto de referencia, saber de dónde vienes, tener raíces. A pesar de llevar casi treinta años viviendo en otra ciudad, sigo conservando a mis amigos de la infancia, no he perdido nunca mi conexión con el entorno donde crecí. Y cada vez que vuelvo, se me acelera el pulso conforme me voy acercando. Yo creo que tiene que ver con lo que decía antes, con sentir que eres el resultado de cientos, de miles de historias que sucedieron en ese lugar antes de que tú nacieras. Y, bueno, tomarte una cerveza con alguien con quien cambiaste cromos de fútbol, aprendiste a fumar, reíste en su boda, has visto crecer a sus hijos, lloraste en el funeral de tu padre, o del suyo… no tiene precio. Al menos, eso me parece a mí.

¿Por qué ‘Trazos en falso’? Me refiero al título.

Tiene que ver también con el blog. De hecho, es su título actualmente. En un principio se llamó “El ángulo muerto”, un poco evocando ese punto que se escapa de nuestra visión cuando miramos por el retrovisor, como el escondite secreto que tienes de niño, que piensas que nadie sabe dónde está y, en realidad, todo el mundo lo conoce. Sin embargo, ese título no era verdaderamente mío, estaba sacado de una canción de José Ignacio Lapido, y no me acababa de sentir cómodo, me parecía como si le estuviera plagiando. Por eso lo cambié. Trazos en falso viene de un juego de palabras: en vez de “pasos en falso”, “trazos en falso”, un poco en broma, como diciendo al que llega al blog que no espere encontrar más que garabatos, letras mal trazadas, simulacros de historias. Después, vi que este título también sintetizaba muy bien el libro, se ajustaba a lo que había dentro, que no es otra cosa que gente, personas viviendo como mejor les han dado a entender. Unas veces en línea recta, otras haciendo curvas, otras en forma circular, a veces con paso firme, a veces con ritmo incierto, unas veces con trazo grueso, otras con trazos en falso…

Cada relato va introducido por un fragmento de canción. ¿Por qué? ¿Y Por qué esas en concreto?

Bueno, la música está presente de forma permanente en mi vida. Me gusta, me interesa, me apasiona, me acompaña y agudiza mi capacidad de transmitir lo que siento, de sacar lo que me ronda por dentro. Por eso, y como no podía ser de otra forma, a lo largo del libro tiene una presencia constante. No es algo premeditado, pero me he dado cuenta de que, prácticamente siempre que comienzo una nueva historia, la cosa se sustenta sobre dos pilares. Uno son las zapas, las de correr. Las mejores ideas me han surgido trotando, sudando, y muchos párrafos enquistados se han liberado a base de quemar suelas. El otro pilar es la música. La inmensa mayoría de mis escritos nacen a partir de una canción. Bien porque la letra me lo sugiera, bien porque la melodía me evoque algo o simplemente me dé el pellizco que haga saltar la chispa. Las que aparecen en el libro al principio de cada relato, lo hacen precisamente por este motivo.

¿A qué personaje le hubiese gustado crear y qué obra le hubiera gustado escribir?

Yo he escrito toda mi vida, siempre fue así, no recuerdo realmente cuando empecé. Lo que sí tengo claro es el momento en el que me decidí a inventar historias para mostrarlas a los demás. Fue justo después de leer el relato «Catedral» de Raymond Carver. Pensé: ¡qué cabrón! Joder… ¡qué-ca-brón! Yo quiero (risas). Sé que nunca voy a conseguir acercarme ni de lejos al tipo este, pero quiero hacerlo. Si hablamos de relatos, ése es uno de los que me han marcado. Tampoco me hubiese importado que «Casa tomada» fuese mío y no de Cortázar. En cuanto a obras más extensas, me quedo con dos: «Música de cañerías», de Bukowski y «Dibujos animados», de Félix Romeo. Si hablamos de personajes, posiblemente el loco de El Misterio de la cripta embrujada, de Mendoza. Pero si tengo que dar solamente una respuesta que englobe todo, «El cuento de Navidad de Auggie Wren» de Auster y el personaje de Harvey Keitel (el mismo Auggie Wren) en la película Smoke.

¿Qué planes tiene para el futuro más inmediato?

Pues, ahora mismo, disfrutar de este momento. Ha sido un largo camino para llegar aquí, así que pienso saborearlo a conciencia, hasta rebañar el plato. Y después, escribir. Como dice Chinaski en Shakopee, esto no va de que te guste o de que te interese, va de que lo necesitas. Por eso tengo claro que voy a seguir escribiendo, contando cosas, historias, aunque todavía no sé qué forma tendrá lo que salga de mi calabaza. Por supuesto, me gustaría volver a despertar el interés de alguien con ello y tener la posibilidad de publicarlo. Y si encima fuese con Boria… ya sería perfecto.