Hay lugares comunes que es imposible esquivar, y por lo tanto la primera pregunta es el clásico de toda entrevista a un autor: ¿se trata de una obra autobiográfica? Aunque son relatos independientes, se aprecian muchas similitudes entre sus protagonistas.

Sí, el protagonista de los relatos es un hombre occidental cuya edad, aunque no se cita, anda entre los 30 y los 40 años. Es autobiográfica porque son experiencias que he vivido. Hace poco me he enterado de que esto ya se considera un género de moda, la autoficción. Pero siempre he escrito sobre la propia vida, el entorno y las situaciones cotidianas. En cualquier caso, en el libro hay otros personajes con puntos de vista diferentes. Por ejemplo, el Gordo Vílchez, un tipo que acepta su identidad y que se marca un proyecto vital que llevar a cabo, empresa que lo mantiene activo y entretenido. O Elisa, la mujer de Roberto. Este es un matrimonio que habita en la tranquilidad y que comparte el placer por la lectura. La diferencia es que Elisa tiene los pies en la tierra y si su vida es de esta manera y no de otra, es porque lo ha elegido ella. Cuando escribo estoy interpretando los hechos, y añadiéndoles un estilo, un deseo creativo, convirtiéndolos en ficción en definitiva.

El libro se abre reflexionando sobre «los viejos tiempos». ¿Sabrías acotarlos, decir cuándo acabaron, suponiendo que hayan acabado, los tuyos?

Desde mi perspectiva actual, y en relación al contenido del libro, sin duda los viejos tiempos acabaron el día en que comenzó mi inserción laboral, cuando tuve que trabajar porque no me quedaba otra. Sé que circula una idea mentirosa y manipuladora según la cual uno debe estar agradecido por tener un trabajo. Pues eso será en el caso de ese bajo porcentaje de gente que trabaja en lo que le gusta. Los que no somos ricos trabajamos por necesidad, porque así funciona nuestro sistema económico. No tener trabajo es una putada, pero pasar 37 años haciendo algo que no te gusta es otro tipo de drama.

Así que «los viejos tiempos» son los años de estudiante, en los que las ilusiones están intactas, todo el tiempo se extiende delante de ti y no conoces el dolor, el miedo o la frustración. Entonces podías soñar con ser cualquier cosa ya que todo estaba por definir.

Lo curioso es que no añoro esa época que con los años se vuelve irreal. Al contrario, tengo la sensación de haber salido de un Matrix (quizás para entrar en otro).

Los protagonistas de algunos relatos parecen no dejarse embaucar por el exceso de sociabilidad que prima en nuestros días, y no confunden la amistad con el gran número de grupos en que nos vemos inmersos cada día (compañeros de trabajo, de gimnasio, de estudios, de piso…), limitándose a soportarlos para no suicidarse socialmente. ¿Por qué crees que existe esa necesidad de disfrazarlo todo de amistad? ¿Y por qué esa suerte de linchamiento a quienes se refugian en su individualidad?

Supongo que tiene que ver con el modelo social de personas de éxito y fracasados. Hace poco escuché a un niño burlarse de alguien porque no tenía amigos. La amistad, como cualquier relación entre humanos, está construida con luces y sombras y por eso no es extraño que a veces termine mal. Quien tenga amistad y amor debe disfrutarlo y sentirse feliz, pero no jactarse de ello ni ridiculizar a quien, por lo motivos que sean, carece de éstos. Mi simpatía y solidaridad siempre han estado del lado de las personas solitarias, ente otras cosas porque sufren, pero también porque sé que no se han conformado con artificios y han tenido la valentía suicida de seguir su camino sin nadie al lado. Pero sin idealizar, que también hay gente que es sin más insoportable.

¿Puede un libro hacer más compañía que una persona? ¿Existen personas cuya compañía nos hace sentir más solos?

Sí, pero sólo durante el tiempo que dura esa lectura. Cuando el libro acaba puedes empezar otro. Entre libro y libro es recomendable tener a alguien a quien abrazar.

En el relato «Sólo leen novelas» el matrimonio protagonista termina refugiándose en la lectura para no ver lo que está ocurriendo entre ellos. Lo que está pasando es que ya no tienen nada que decirse y antes de hacer frente a esa dura realidad, viven las vidas de otros, olvidándose de la propia.

Creo que cualquiera ha experimentado la sensación de estar solo rodeado de compañía. Cuando esto ocurre, digamos en una fiesta, no deja de ser anecdótico, un mal trago que termina pasando. Si el sentimiento de incomprensión o de falta de comunicación se extiende a tu pareja, familia o amigos, la cosa se pone un poco «American Beauty». Entonces toca luchar para ponerle remedio.

¿Crees que estamos viviendo un boom de talleres literarios y clubs de lectura? En caso afirmativo, ¿a qué crees que se debe? ¿Y qué opinas de ello?

Si echas la vista atrás, seguro. Yo al menos recuerdo la época en que no existían. Sé por qué me lo preguntas y debo aclarar que no tengo nada en contra de ellos. Al contrario, todo lo que sea acercar la lectura a la gente me parece positivo. Aquí diferenciaría las actividades que se organizan en centros culturales y bibliotecas de la iniciativa privada con objeto lucrativo. Ya sabes, esas escuelas de creación literaria con escritores entre el profesorado y costosas matrículas. Tengo la sensación de que algunas de las personas que se apuntan a estos espacios tienen un deseo muy fuerte por destacar en el menor tiempo posible y con el mínimo esfuerzo. Esto puede generar un ambiente de competitividad desagradable, al menos para mí. Por eso nunca me verás transitando esas aulas. Me gusta escribir porque lo hago de manera libre, sin teorías ni reglas ni docentes de por medio. Como juez del resultado tengo al más despiadado, un servidor.

En varios relatos, los protagonistas emprenden viajes para «desconectar», «encontrarse a sí mismos», «tomarse un tiempo» y otras expresiones similares que todos solemos usar en esos casos. ¿No están sencillamente huyendo? ¿De qué?

Siempre he querido escapar cuando lo que tenía alrededor me minaba por dentro. A veces he podido hacerlo y otras no. Hablo de escapar haciendo una maleta y marchándote sin despedidas. Aunque sea una verdad universal que el infierno propio lo lleva uno consigo y que nada resuelve huir, mi experiencia es que viene bien tomarse un respiro. Cambiar de aires, escuchar otras voces, habitar otros ámbitos no es perjudicial para la salud. Es lo que le ocurre al protagonista de «Cul de sac» cuando abandona su ciudad y se planta en Dublín. Una vez allí está aún más solo que cuando partió, pero a la vez está bebiendo una cerveza distinta, respirando un clima atlántico y escuchando otra lengua. Puede que para los medidores de éxitos y resultados esto no sea mucho, sin embargo él con el tiempo recordará con una nostalgia entrañable sus paseos por O’Connell Street en el segundo piso de un autobús. Uno huye de sí mismo y cuando viajas eres menos tú que nunca porque alejado de los parámetros cotidianos tu comportamiento habitual desaparece y te sientes frágil y vacío. Terminas descubriendo que ese vacío eres tú y que has ido rellenando el hueco con lo que has encontrado por el camino, y que por eso mismo lo podrías haber rellenado con otros contenidos diferentes.

Nos consta que no tienes perfiles en redes sociales. ¿Qué te hizo huir de ese mundo virtual donde cada día se muestran, o muestran algo que hacen pasar por sus vidas, millones de personas?

Tuve Facebook y me aburría el narcisismo del personal, me quedaba perplejo descubriendo el lado más cutre de algunos amigos de toda la vida. Twitter lo utilizo como canal alternativo de información y por la guasa de algunos. La verdad es que mirar la vida de otros por ventanitas o tener conversaciones de chat resulta alienante. Aunque estoy rodeado por la tecnología me gustaría convertirme algún día en un resistente analógico, tengo la convicción de que sería algo positivo, algo así como volver a respirar aire limpio.

Y en un momento en el que casi todo el mundo, a viva voz o a través de redes sociales, muestra su obra y grita su opinión sobre todo, tú, en principio, no vas a hacer presentaciones ni recitales del libro. ¿Por qué esta obstinación por nadar contracorriente, por mantener al autor al margen de la obra?

No se trata de una obstinación por nadar a contracorriente. Es que soy muy tímido. Si tuviera que hablar en público, además sobre algo tan personal como este libro, tendrían que llevarme en camilla al hospital. He tenido la suerte de encontrar a un editor que además de valorar mi trabajo ha sido comprensivo para eximirme de la parte comercial del asunto, lo cual le agradezco. De hecho nunca he sabido venderme y en determinadas situaciones prefiero permanecer callado. Por eso escribo, es mi manera de expresarme. «Cuentos grises» habla de eso, del carácter. El carácter es algo que nos determina toda la vida y ni siquiera lo elegimos, pues nos lo inculcan de pequeños. A partir de ahí, creo que cada uno debe intentar hacerlo lo mejor posible en la búsqueda de la libertad. Como suele decirse, echando lastre.