Hay tres bloques bastante diferenciados (hostelería-distopía laboral-escritura precaria) que, sin embargo, parecen respirar el mismo aire. ¿Los conoces? ¿Has vivido los tres?

Entiendo a lo que te refieres. Lo que tienen en común estos relatos no es a nivel argumental. Ni siquiera hay uniformidad en cuanto al género o al estilo. Lo que tienen en común es el tema de fondo. A posteriori, me he dado cuenta de que estas historias nacieron de la necesidad de expresar la decepción que sintió parte de mi generación, desde ese punto de inflexión que supuso la crisis económica de 2008, y que se acabó convirtiendo en algo crónico.

Supongo que ese es el aire que comentas: el aroma de la decepción.

Hace un tiempo me contaron una anécdota que ilustra bien esto: un niño al que sus padres no le dejan que se suba a un castillo hinchable en el que hay un montón de chavales, mayores que él, divirtiéndose. Y, para cuando los padres dan el visto bueno y le permiten ir, él llega justo a tiempo para ver cómo el castillo hinchable se desinfla ante sus ojos, porque los dueños de las atracciones ya están recogiendo.

Así fue la llegada al mundo laboral para muchos de mi generación: un castillo hinchable desinflándose en nuestra cara. Y las consecuencias de esto no han sido menos importantes: si provenimos de una manera de pensar que se fundamenta en que el trabajo aporta sentido a tu vida, y el trabajo se precariza o desaparece, ¿dónde queda el sentido de tu vida?

Es obligatorio preguntar qué tiene de autobiográfico una obra. ¿Con qué personajes de qué relatos te identificas más?

Por suerte, a día de hoy, con ninguno. Hace tiempo me di cuenta de que, si escribes autoficción, más vale que hayas transitado del todo la etapa que vas a narrar. Desde esa distancia es más fácil que puedas trabajar con tus recuerdos y tus emociones pasadas. Verte como un personaje que, en cierto momento, veía la realidad bajo un determinado prisma.

Todo lo que he escrito sin esa distancia emocional merece quedarse en el disco duro de mi ordenador. Demasiado dramático todo. En parte porque yo, hace unos años, tenía una visión algo romántica, en el mal sentido, de la vida. La distancia emocional y el paso del tiempo te permiten narrar con más humor, con menos gravedad.

Y viceversa, ¿hay algún relato 100 % ficticio, alejado totalmente de tu realidad?

Quizá el relato más alejado de mis circunstancias ha sido No me sirven en electrobar, donde se narra la jubilación, entre comillas, de un inspector que responde al estereotipo del policía corrupto. No me interesaba un personaje realista, porque lo que quería era quebrar el cliché en cierto punto de la historia, dándole un atisbo de humanidad que él solo es capaz de asimilar en el último momento.

No obstante, el tema de fondo sigue siendo el mismo: ¿qué sentido tiene tu vida cuando este sistema decide que ya no te necesita?

¿Ves peligrosamente cerca las vicisitudes de la parte distópica del libro o crees que será ficción muchos años más?

Algunas de esas vicisitudes que comentas no es que estén próximas a ocurrir, es que ya han ocurrido.

El miedo a un peligro invisible y el uso generalizado de mascarillas en El síndrome cara de póquer casi parece una predicción de lo que fue 2020, en un relato que yo había escrito en 2018. Este relato, por cierto, me interesaba incluirlo porque muestra uno de los efectos del capitalismo: que en una situación de catástrofe, o de miedo generalizado, siempre habrá quien aproveche para hacer caja. Porque la realidad manda y hay que hacer caja. De la manera que sea.

Moloch 3000, sin embargo, es la recreación, en clave de horror, de una experiencia laboral que duró dos años. Allí, me sorprendió ver que había compañeros dispuestos a hacer lo que fuera por labrarse un futuro en la empresa. Mientras, ésta se automatizaba y se volvía inhumana… Imagina: en cierto momento instalaron unos paneles luminosos donde se indicaba el rendimiento de cada trabajador, de mayor a menor. A los primeros les prometían algún tipo de compensación económica, mientras que los últimos pendían de un hilo y posiblemente no verían renovarse su contrato… Y tú tenías que trabajar con esa tabla clasificatoria, todo el día, sobre tu cabeza.

Eso es Moloch: trabajadores rindiendo pleitesía y aceptando condiciones de trabajo precarias, como que renueven tu contrato mes a mes, echar todas las horas extra que se te exijan, que no se respeten las horas de descanso mínimas entre jornada y jornada, en algunos casos…

La tecnología, en algunos ámbitos, no nos ha vuelto más humanos, ni nos ha facilitado la vida. Al contrario, nos deshumaniza cuando el empresario pretende que sus trabajadores equiparen su comportamiento o sus resultados a los de una máquina.

Planteas que el capitalismo nos llevará hasta el punto de considerarnos seres humanos en tanto lo seamos para poder consumir. ¿Crees que la pandemia ha servido para replantearnos esta deriva o, por el contrario, pronto olvidaremos lo sucedido y seguiremos caminando hacia la autodestrucción?

En realidad, el capitalismo ya es eso. A día de hoy valemos más por lo que consumimos que por lo que producimos.

La pandemia, desde luego, no ha sido un revulsivo para este modo de vida que tenemos. Yo fui de los que quise creer a Žižek en aquel artículo suyo en el que decía que ésta era una oportunidad para reinventar el sistema. Si lo fue, la dejamos pasar. También es que yo me ilusiono muy pronto. Me pasó igual con el 15M. A veces se me olvida que los grandes cambios llevan su tiempo. Los gobiernos acogen las demandas sociales cuando no les queda otra. Lo que sí han propiciado estas circunstancias de crisis es una mayor concienciación social. Lo cual es bastante. Creo que no éramos tan conscientes de lo frágil que era nuestro bienestar, antes de 2008. Así que las crisis sí que son una oportunidad después de todo, pero para dejar de mirarnos el ombligo.

No sé cómo se van a dar las cosas. Normalmente, tengo fe en el género humano. En lo que no confío es en las reglas económicas, o incluso éticas, a las que nos tenemos que atener.  

La hostelería es una inagotable fuente de historias. Compartes tres relatos en este libro, pero estoy seguro de que tienes cuadernos llenos de notas e ideas para escribir un tratado sobre el tema.

No ya sobre mi experiencia en hostelería, sino sobre la mayoría de trabajos que he desempeñado. El tema laboral ha sido una de mis obsesiones y siempre he necesitado plasmar cómo me sentía. Por todo esto que venimos hablando.

En el caso de la hostelería, es curioso porque tengo un sabor agridulce. Es un sector muy maltratado y, al mismo tiempo, es el ámbito laboral más mestizo que conozco. Allí he conocido a gente que había estudiado Políticas, Periodismo, Filologías diversas, Ambientales, Filosofía o Historia y que, para poder mantenerse, tenían que echar turnos inacabables sirviendo copas o atendiendo banquetes.

Y, sin embargo, también me ha proporcionado alegrías, la posibilidad de conocer a gente de lo más variopinta, jornadas inolvidables, muchas risas, buenas dosis de adrenalina y un curso acelerado en sociabilidad.

Respondiendo a tu pregunta: tengo muchas cosas guardadas. Las que aparecen en el libro son sólo una muestra. Y anécdotas que contar, todas las que quieras.

En los dos relatos ambientados en Chile hay un joven protagonista español que trata de sobrevivir sin renunciar a un trabajo relacionado con lo literario / artístico. ¿Has sido tú ese joven emigrante?

Yo viví, al igual que mucha gente que he conocido, eso de ser un ‘joven de espíritu aventurero’, como la secretaria de Inmigración de aquel momento tuvo los santos ovarios de llamarnos.

En Tríptico chileno y en Mecanografía intenté recrear cómo me sentí en aquella incursión que llevé a cabo en 2013, al otro lado del Atlántico.

Pero mi historia personal allí fue diferente. Habrá quien se acuerde de un blog al que titulé Resaca de pisco (que es la bebida alcohólica tradicional en Chile), donde iba relatando a modo autobiográfico aquel viaje: desde los problemas en el Consulado de Chile en Madrid (donde me avisaron de que, si mi intención era ir a buscar trabajo, más me valía ir preparando el billete de vuelta, porque me podían deportar nada más pisar suelo chileno), hasta la llegada y la adaptación a la realidad de un país distinto al mío.

Dejé de escribir ese blog cuando las cosas se complicaron. Cometí el error que te he comentado antes, el de no escribir sin la suficiente distancia emocional y sin haber cerrado esa etapa. También empezó a importarme la información que recibían mis seres queridos. Yo hablaba por Skype con mis padres y les decía que todo iba bien, que seguro que encontraría trabajo pronto. Pero luego subía un nuevo capítulo a aquel blog, contaba la verdad, y ellos descubrían que había más ficción en nuestras videollamadas que en aquellos capítulos.   

Yo me fui a Chile porque a mi pareja de entonces le dieron una beca para estudiar en la universidad de Concepción. Por aquella época yo me sentía bastante perdido. Había pasado unos años prestando servicios para dos empresas que me subcontrataban para catalogar fondos bibliográficos en distintas bibliotecas de Murcia. Pero llegó la crisis y las partidas presupuestarias para bibliotecas desaparecieron y, con ellas, el suelo que yo creía más o menos firme bajo mis pies.

Mi ex pareja, entre tanto, se iba a ir sola a aquel viaje. Yo temía que una estancia tan larga en el extranjero nos separara definitivamente y tampoco parecía que en España fueran a mejorar las condiciones del mercado laboral. Así que, cogí el poco dinero que tenía ahorrado y me compré un billete hasta Santiago de Chile.

No me arrepiento de aquella decisión, pero no fue una etapa fácil. Una de las primeras cosas que escuché de boca de un estudiante chileno fue: ‘A mí no me gusta que vengan españoles a buscar trabajo a mi país’. Tuve que encajar varios golpes de ese estilo.

Se sumaban dos factores: Chile es un país muy nacionalista. Ya sabes: los chilenos primero y todo eso. Y, por otro lado, yo desconocía lo complicada que se vuelve la burocracia para alguien llegado de otro país. Me pedían un visado de trabajo para hacerme un contrato. Y sin un contrato, o un compromiso en firme por parte del empleador, el gobierno no te daba el visado. Aun teniendo el resto de mis papeles en regla. La pescadilla que se muerde la cola.

Pasé los primeros meses yendo cada semana a la OMIL, que es como el INEM de allí. Una de las últimas veces, uno de los funcionarios me dijo: ‘No, de momento no hay nada para españoles’. No me hizo falta un pie de página para entender qué significaba eso.

Acudí a varias entrevistas de trabajo, pero nunca me volvieron a llamar.

Si a esto le sumas que la idea original de mi ex, respecto a ese viaje, era otra. Que ella se había imaginado aquella estancia como unas vacaciones. Y que yo convivía con la sensación de que mi presencia allí la estaba lastrando, pues imagina cómo fue.

No todo fue malo en aquella experiencia. Conocí gente de la que guardo muy buen recuerdo. Hubo momentos divertidos y espontáneos sobre los que algún día me gustaría escribir. Pero yo necesitaba narrar la sensación de desorientación que, alguien que emigra en busca de mejores condiciones de vida, podía experimentar.

No necesariamente mi propia historia, sino una parecida. Como de un universo alternativo. Algo que no ocurrió, pero que podría haber pasado. Y que, al fin y al cabo, me servía para abordar ese mejunje de emociones que sentí allí. Porque las emociones que experimenta Isaac, que es mi alter ego en esas dos historias, sí que fueron reales. Muy reales.

Creo que, más o menos, con esto respondo a tu pregunta.

Has escrito poesía, relatos e incluso dirigido tu propia obra teatral. ¿Qué nos reserva Eric Luna para el futuro?

Me considero una persona a la que le gustan los retos y experimentar con distintos formatos. A mí lo que me gusta es contar historias. De modo que, aunque empecé escribiendo relatos hace muchos años, he ido probándome en otros géneros narrativos.

En el ámbito literario, ahora mismo tengo dos proyectos en danza. Por un lado, me gustaría probar a experimentar con la ficción sonora y con sus posibilidades. Creo que en los últimos tiempos se ha abierto un terreno de juego muy interesante en ese sentido. Tengo algunas amistades a las que me gustaría implicar. Vamos a ver qué sale de ahí.

Por otro lado, tengo otro proyecto del que no puedo hablar ahora mismo, pero que está en un estadio casi final. No es una obra literaria, pero tiene que ver con la creación literaria. Es una colaboración con una artista plástica de mi pueblo, a la que admiro, y con quien me hace un montón de ilusión trabajar. Vamos a necesitar aún unos meses de preparación, porque hay que buscar financiación para producir el resultado. Seguramente, mediante alguna plataforma de micromecenazgo. Y, si no conseguimos recaudar lo necesario, habrá que buscar otras vías.

A esto creo que voy a dedicar buena parte de este año.