Fotografía de Juan Manuel Domingo Ruiz

Este es tu tercer poemario, aún más crudo que el segundo y muy alejado del primero. ¿Cómo has vivido esta evolución y qué nos ofreces en estos ‘Apuntes para un futuro caos’?

En general, en mi poesía intento que confluya todo lo que consumo culturalmente, desde el cine que veo, los cómics que caen en mis manos o la poesía que leo, así que esa evolución me viene conforme cambian mis hábitos culturales. Además, en estos dos últimos libros me he visto también muy influenciado por el mundo de mis sueños y lo onírico. Estos «apuntes» ofrecen una visión descarnada de la falta de esperanza y además un vistazo a un mundo interior que hay en mí y al que llego normalmente en mis sueños y mis diálogos más oníricos.

No sé si suena algo frío, pero parece que te sientes cómodo hablando con la muerte («como con una vieja amiga» llegas a decir).

Creo que hay que romper los tabúes de la muerte, me interesa mucho la visión que tenemos de ella en este país, pero yo la veo al final como ese ente con el que tenemos que bailar un vals, como una danza eterna hasta que uno, extenuado, cae definitivamente. A sus brazos.

Uno de los poemas más impactantes de ‘Canto desgarrado’ era una conversación con tu madre durante una tormenta, y en este libro vuelve a aparecer y le preguntas por las flores muertas. ¿Qué implica, por qué está tan presente tu madre en tu obra?

Mi madre es mi todo. Mi confidente y mi amiga. La persona a la que más quiero. Y siempre me gusta hacerle un pequeño homenaje con una conversación.

También hay tormenta en esta obra, y fango y cementerios… ¿Acaso ya no queda ninguna esperanza?

Queda pero cada vez más pequeña, como un agujero al final del túnel.

Te identificas mucho con el muerto que camina. ¿Qué te lleva a ese estado? ¿La rutina, el exceso de lo cotidiano, el saber lo poco —o nada— que podemos hacer para cambiar las cosas?

Con mi poesía ocurre una cosa y es que la gente suele decirme que no me ve en el personaje poético, mientras que, digamos, yo soy alguien alegre, mi «yo poético» se esconde tras una máscara y es alguien lúgubre que le gusta hablar del apocalipsis y de la falta de esperanza en una sociedad que le atemoriza y le cierra la boca. Es ese «yo poético» el muerto que camina entre los vivos. Y sí, porque siente que no puede cambiar las cosas. 

¿Es esta identificación con el no-vivo lo que hace que le pierdas el miedo al suicidio? Es algo con lo que el poeta se cruza en cada esquina, pero parece no importarle mucho.

En mi vida, esa forma de morir ha estado mucho a la orden del día. El tratarlo en la poesía es más una forma de romper el tabú y hablar del tema.

¿Y ahora qué? ¿Seguirás escribiendo hasta que de tus manos brote la sangre como la vida?

Sí, seguiré escribiendo. Y empapándome de obras, autores que me gustan o descubro. De películas, del arte y de la vida. Creo que si hay algo de esperanza se encuentra en la cultura. Así que ojalá la cultura nunca muera, porque ello sí sería la muerte total de la esperanza.