Eres un habitual en recitales y fanzines de la región, además de tener un par de plaquettes asociadas a ciclos como el Mursiya Poética. Sin embargo, este es tu primer libro de poemas. ¿Crees que ha tardado mucho en llegar?

¡Yo diría que ha llegado demasiado pronto! [Risas] Bueno, para mucha gente que tengo la suerte de conocer y que me tiene en buena estima la sensación es esa, que he tardado mucho en publicar. Yo, sin embargo, pienso que ha llegado en el momento oportuno. Verás, llevo escribiendo muchísimo tiempo pero no ha sido hasta hace un par de años que me haya planteado el hecho de enviar mis poemas a una editorial. Nunca el fin de ponerme a escribir ha sido publicar –nunca el fin de escribir debería ser ese– sino plantarle cara a mis demonios o mis miedos, poner mis cartas sobre la mesa, perdonarme la vida, incluso. Si a eso le sumas mis propias inseguridades y que para el resto de círculos en los que me muevo (si se enteraran que lo hago…) eso de escribir poemas es algo de frikis y desocupados, obtienes el ambiente perfecto para ni plantearte ni tener prisa en algo tan valiente y responsable como sacar un libro. He tardado mucho tiempo en coger el valor necesario para ello –muchos amigos y la familia tienen la culpa de que finalmente lo haya conseguido –pero, después de coger el valor también hizo falta el empujón definitivo, el espaldarazo decisivo que supuso saber que Boria contaba conmigo. Aun así, no puedo evitar seguir sintiéndome un intruso en todo esto.

Sé que es un tópico, pero también imposible el no preguntar si es, o qué tiene la obra de, autobiográfica, y más cuando la lectura arroja bastantes posibilidades de que así sea.

Efectivamente, vivencias, experiencias –las buenas y las malas– viajes y rutinas del día a día son ingredientes habituales en mis poemas. Abrir el libro es abrir un poco las puertas de mi casa, de mi vida, de ahí que a uno también le dé cierto pudor ver libros suyos en librerías. Como dices, no hay que ser un lince para suponer que hay mucho de autobiográfico en “Todo es vorágine”.

¿Por qué vorágine? ¿Y por qué todo lo es?

El mundo, nuestra sociedad, nos obliga a vivir a un ritmo trepidante, sin a veces darnos un segundo de tregua, la oportunidad de pararnos a pensar y ni mucho menos a tomar decisiones. A esa velocidad debemos sobrevivir mientras nos suceden cosas, algunas maravillosas, que apenas nos acordamos de disfrutar, otras realmente trágicas, para las que tampoco tenemos tiempo de reaccionar. En esa vorágine nos toca aguantar los madrugones, ir a trabajar, hacer la compra en el supermercado, cambiar la ropa de temporada, tomarnos un vino o unas cervezas con la gente que queremos… Lennon decía la frase archiconocida de “la vida es eso que pasa mientras tú haces otros planes”. No estoy del todo de acuerdo. Es difícil, pero hay que esforzarse mucho para conseguir meter todos tus planes en una vida-vorágine, planes como, por ejemplo, publicar un libro [risas].

No es tu poemario, como suele suceder, una antología de poemas escritos en distintos tiempos y escogidos en función de diversos criterios, sino una obra lineal, casi una novela en verso, con comienzo, nudo, trama…

Bueno, eso es lo que puede parecer y realmente tu afirmación me pone de relieve el trabajo que hay detrás del poemario. Lo cierto es que, así, que yo recuerde, entre el poema más antiguo y el más joven puede haber, perfectamente, cinco o seis años. De hecho, pasó mucho tiempo hasta que me di cuenta que tenía realmente un poemario, un montón de textos con una temática común, y mucho tiempo más hasta que cogió la estructura y linealidad de la que hablas.

Entonces, las 5 partes en las que se divide la obra y que suponen, en cierto modo, una suerte de eje cronológico, no estaba planificado desde el principio. ¿Tampoco la temática?

El amor ha sido siempre y será una temática universal, eso es cierto, pero yo no me planteaba escribir un poemario de tema amoroso. De hecho, no considero que “Todo es vorágine” trate únicamente sobre ese tema. Creo que ahonda también sobre las tragedias a las que estamos expuestos diariamente y de las que solo somos conscientes cuando nos tocan de cerca, también sobre lo azaroso de cada día, del equilibrio tan débil en el que todo está instalado. En este sentido, el prólogo de Charo Guarino hace un análisis de temáticas del libro muy revelador. Por mi parte no, nunca me habría planteado escribir un poemario de temática amorosa de no haberme sobrevenido unas circunstancias concretas. Mi primer poemario, “El habitante deshabitado”, que quedará para siempre inédito posiblemente, giraba alrededor de la idea de desarraigo, era un poemario mucho más melancólico, más nostálgico, un estilo y temática en el que me siento más cómodo.

Hoteles, ciudades, edificios y numerosos motivos marineros: acantilados, olas, salitre, naufragios… ¿Es esta obra un viaje?

¿Y qué obra no lo es? La cuestión quizá sea hacia dónde y en qué condiciones. El otro día escuchaba a Fernández Mallo en la presentación aquí en Murcia de su ensayo “Teoría general de la basura” en la que conversaba con Miguel Ángel Hernández sobre que toda la literatura del mundo podía resumirse en dos libros que funcionan como paradigma, la Biblia y la Odisea, y, por ende, en dos tipos de viajes: por una parte, el viaje en una única dirección, sin retorno, y por otra, el viaje “occidental”, turístico, colonizador, en el que uno vuelve para contarlo. Fernández Mallo se inventa en sus novelas un tercer tipo, que sería el viaje nómada, en el que cada cierto tiempo se emprende un viaje diferente. Me gustaría pensar en mis poemarios como algo así, una aventura nueva cada vez. Este, en concreto, ha sido una odisea maravillosa.

‘El atentado biológico de nuestras vidas’ es quizá la parte más tensa de la obra, con el miedo y la esperanza pugnando por ser el sentimiento dominante. ¿Cómo se ve la vida después de ‘Fukushima’?

Fukushima, la erupción del Vesubio o un linfoma no Hodgkin tienen en común la amenaza cercana y certera de destruirlo todo. Después de mirar a esa amenaza a los ojos, uno quizá descubre que vivir es en sí mismo un accidente constante en todos los sentidos. El hecho de que un espermatozoide fecunde un óvulo, por ejemplo, es algo excepcional que, paradójicamente, sucede a cada instante. Vivir es sobrevivir a mil eventualidades que tenemos la suerte de burlar todos los días. Por nacer en un lugar y no en otro, o por salir un día diez minutos más tarde de casa, por perder un avión o por ir un día a hacerte una revisión médica, son cosas que por acción u omisión afectan a lo que nos sucede segundos, días, años más tarde, sin que seamos conscientes de ello. La diferencia entre el antes y el después de nuestro Fukushima quizá radique en eso, en saber valorar los cientos de segundas oportunidades que tenemos cada día, (las aprovechemos o no, valorarlas ya es algo).

Los ruidos y silencios de un hogar, la ropa de invierno y de verano, un lunar en el costado… Te robo un verso para preguntar: ¿las pequeñas cosas hacen de esto algo grande?

Viene muy a cuento de lo que hablábamos sobre la vida después de Fukushima. Uno se convierte en superviviente no a cualquier precio. Todo te exige desde entonces un cambio de perspectiva: pasas a darle una importancia extraordinaria a cosas cotidianas que normalmente pasarían desapercibidas. Absolutamente: las pequeñas cosas hacen de esto algo grande.

 

Si no me equivoco, tus primeros escritos fueron relatos con los que cosechaste cierto éxito en certámenes literarios. ¿Cómo y cuándo desembocas en la poesía?

Más que desembocar, te diría que aquí sí que hay un verdadero viaje de vuelta a la poesía. En realidad, yo empecé escribiendo poemas en el instituto –muchos poetas empiezan al menos así –con el primer contacto que uno tiene normalmente con la poesía. Tuve la suerte de tener un gran profesor de literatura en 2º de BUP –era en Córdoba, finales de los 90, el Pleistoceno, vamos –que me hizo ver la belleza y todo lo que se puede esconder en un poema, nos descubrió a los grandes poetas españoles y particularmente los cordobeses Lucano, Góngora, Ricardo Molina, Julio Aumente… Ese era el primer contacto. Digamos que ahí estaba el germen de todo lo que vendría después. Más tarde vendrían mis escarceos con los relatos, que son, de hecho, con los que he obtenido algún que otro premio local. Es un género con el que me siento francamente cómodo, pero nada parecido a lo que uno siente cuando se enfrenta a un poema. Por eso, aunque el relato corto me ha dado alguna satisfacción, la vuelta a la poesía –si es que alguna vez escapé de ella– fue algo inevitable.

Sé de buena tinta que hay en el cajón otros dos poemarios. ¿Cuándo sabremos algo?

Espero no tardar tanto como con el primero [risas]. A ver, volvemos a la vorágine. En la medida en que ésta y el hecho de que soy un desastre para sentarme a escribir se pongan de acuerdo, el segundo poemario tardará más o menos en venir. Como ya he dicho, llevo trabajando en él un tiempo razonable en el que algún que otro poeta ya habría escrito cuatro o cinco poemarios. En mi caso –desastre interno y vorágine exógena– el tiempo es algo sujeto a una relatividad extrema. De momento tengo título [“Spam”], creo que incluso la estructura, y un puñado de poemas de los que después haré limpieza y tendrá que nacer alguno más. Lo que tengo claro es que romperá con todo lo anterior. Será un poemario más oscuro y caleidoscópico. ¿Para cuándo? Ni idea.