En ‘Huelga decir’ aparece en más de una ocasión la figura del premio literario. ¿Crees que un premio de poesía puede cambiar la vida de un poeta? En caso de que así fuera, ¿cuál sería el disparador de esa «nueva vida», el prestigio o la dotación económica del premio?

Verás, lo del premio literario, es una cuestión de autoestima, de tener el corazón seriamente cerrado. Durante toda mi vida, me he sentido desplazado, con el amor propio por los suelos, ya sea por el rechazo de mi padre biológico, por haber sido drogadicto más de una década y también porque si he llegado a escribir bien (o eso dicen) es porque durante mucho tiempo he recibido durísimas críticas. Y me refiero a que yo dejaba leer mis poemas a  todo tipo de personas, sobre todo a personas a las que no les interesaba para nada la poesía. Me gustaba ver sus reacciones, a veces eran buenas, otras malas, e incluso a veces una bendición. Lo del premio literario aparece en poemas míos de una época en la que yo creía que no iba a llegar muy lejos en la poesía y en la vida. Pero si te fijas, en esos poemas que trato el reconocimiento literario, el asunto se resuelve con reconocer que el verdadero premio es tener el corazón abierto a las experiencias, tener amor, a esa persona que esperas llegar tras la puerta de casa después de un día duro. Ya no me importan los premios literarios. De hecho, he creado mi propio premio, pero si lo he hecho es por incentivar la creatividad de gente que empieza a escribir y cree que nunca ganará nada en esta vida. Y oye, como viene a decir el poeta Karmelo C. Iribarren en uno de sus poemas, a riesgo de ser acusado de cursi, de perder mi sitio, mi hueco en las páginas de la crítica literaria, yo a mi mujer le digo te quiero, así, tal cual, sin importarme lo que diga nadie más, seguro, convencido, de que a ella sí le va a gustar.

Sylvia Plath, Bukowski, Verlaine, Rimbaud, Baudelaire, Poe… Todos malditos, todos abocados a trágicos finales. ¿Te ves, te has visto, esperas verte en similares tesituras? También te aludes a ti mismo en un poema.

Le vi las orejas al lobo. Estuve muy cerca de acabar mal. Estar mal ya lo estaba. Y espero no volver a verme así, sinceramente. La gente cambiaba de acera cuando me veían. Mi aspecto de ahora, no se parece en nada al que era antes. Y mi actitud era totalmente imprevisible. Yo no tenía fondo, podía pasarme casi una semana bebiendo, sin apenas comer, sin apenas dormir, e irme a trabajar. Hasta que ya no podía con mi alma y caía enfermo.  La vida ya es jodida de por sí para andarse con complicaciones. El verdadero lado salvaje de la vida es ahora, que lucho por algo importante, mi matrimonio, mi casa, mi trabajo, mis futuros hijos, y mi poesía, en la que siempre hay un tipo en un rincón que quisiera apostar su conciencia para poder dormir. Pero nunca la pierde. Y no es necesario perderla, sino hacer una poesía sencilla sobre un tema que no se comprende: la vida y sus arrepentimientos. Hay poetas que conocen muy bien las normas de la escritura, pero no saben escribir a mi modo de parecer. Hacen muy bien los deberes y conocen los mitos griegos, por ponerte un ejemplo, y parecen estudiantes de la historia universal (y algunos son estudiantes de historia jajaja) pero no hay nada de ellos ahí dentro, no hay culpa, no hay el tiempo perdido de su vida que de verdad confiere alma a la poesía. En sus poemas, no están ellos mismos.

¿El poeta maldito nace o se hace? ¿Hay un camino para llegar a serlo, o es cuestión de (mala) suerte?

La poesía, la magia, no es cosa hecha, y el poeta tampoco. Todo poeta nace de lo que se hace. Una de mis frases favoritas es esa del poeta Roberto Juarroz que dice: Imaginar una lámpara hasta encenderla. El camino que me forjé en mi pasado como poeta maldito se debió a proyectar una serie de muy malas decisiones. No hay un sólo día en mis nueve años de sobriedad que no me arrepienta de todo ello. Llorar por el daño que te han hecho está muy bien. Llorar por el daño que tú mismo has causado está mucho mejor. Hace unos años, en la presentación que hice en el Ateneo de Barcelona de mi segundo libro El lado opuesto al viento, me calificaron de bendito por usar todo aquel material adverso de excesos, intentos de suicidio y locura, y convertirlo en una advertencia. Si he aprendido algo es que lo que hice en el pasado tiene su importancia, pero lo verdaderamente importante es lo que vas a hacer mañana.

Hay un aura sombría que siempre se cierne sobre esa etiqueta de ‘poeta maldito’ que parece poder aplicarse a la mayoría de poetas sociales, y tú está claro que lo eres (social, digo, lo de maldito, sólo lo sabes tú (risas)). Sin embargo, recuerdo una de tus publicaciones de Facebook en la que decías que lo más te gustaba de tu trabajo era sonreír. ¿Dónde te nace esa sonrisa, con todas las cosas ‘grises’ que tus versos demuestran que has visto y vivido?

Poder sonreír en mi trabajo es una experiencia sencillamente de salud. Me explico: hace quince años sufrí en uno de los empleos que tuve un brote psicótico. Es una experiencia que no se la deseo a nadie. Mi única ambición era por aquel entonces tener trabajo para poder pagarme el alcohol y la cocaína. Si ahora sonrío en mi trabajo, es porque quiero con ese dinero comprarle algo bonito a mi mujer, irnos al cine, hacer la compra, darle a mi perro Chet huesos y golosinas, comprarme un buen puñado de libros, pagar los suministros y el alquiler.

Miles de personas gritando «basta ya de casas sin gente y de gente sin casas». ¿Protesta o poesía?

Las dos cosas signfican para mí lo mismo, es decir: hacer que ocurra algo extraordinario. Nuestros señores gobernantes alguna vez han cambiado el orden, el saber de la libertad; pero, ¿se nota que han cambiado el orden? No. Realmente no. Y hay que entender lo de real en el sentido más noble de la palabra. Corrupción. Insensibilidad. Segundas intenciones… Cuando cambien las manos, cambiará el menú, mientras tanto nos queda la poesía manifiesta de “no hay pan para tanto chorizo”.

Hablas de las adicciones. ¿Es la poesía una adicción?

Esta pregunta me recuerda aquel verso de Bukowski: Soy un yonqui de la poesía (risas). Si tenemos en cuenta que desde hace nueve años que estoy limpio de consumo de drogas he cambiado mi adicción a las sustancias por la escritura y publicación de mis poemas, se podría decir que sí; pero existe una diferencia: si la adicción es una enfermedad  -decía el músico y poeta Manolo Tena- que no te mata, quiere que te mates tú. Entonces, la poesía es la única  adicción que impide que te mates.

La metapoesía es un tema latente en esta obra, con consejos a jóvenes poetas, los certámenes de poesía anteriormente mencionados y poemas que son un directo al mentón como «mala gente que camina».  También lo es la precariedad laboral y la dificultad para llegar a fin de mes. ¿Hay un Abel que termina de trabajar y se convierte en otro al llegar a casa y sentarse a escribir? ¿O poeta y ‘currela’ son el mismo?


Siempre han sido el mismo. No se puede separar al hombre del artista. Ahora trabajo de conserje y te voy a hacer una confesión: el trabajo de conserje es el escondite perfecto para un escritor. Me permite tener el control del lugar y un espacio íntimo donde leer, escribir, reescribir y pensar. Y sobre todo, hablar con gente muy diversa.  Pero durante más de una década he trabajado en fábricas, almacenes, hipermercados… Y bueno, llevaba una libreta para hacer pedidos etc., pero también anotaba versos. Una vez entregué sin darme cuenta un parte de incidencias con un poema escrito al dorso, jajaja. El inspector y yo bromeamos un tiempo con ello.

En un poema piensas que puede llevar razón quien dice «Dios ha muerto», y en el siguiente haces preguntas a ese dios. ¿Eres una persona espiritual o religiosa (o ambas)?

Ese poema al que hacer referencia es Sapiens, y está escrito con cierta ironía y condescendencia, con un encogimiento de hombros, señalando el cinismo de quienes afirman que Dios ha muerto, como si la voz narradora del poema dijera: «Y a mí me llaman loco» (risas). No me considero religioso, pues la religión implica creer ciegamente en unas escrituras, y en mi sentida opinión, todas las escrituras sagradas nos prohíben la naturaleza de la luz. Los religiosos, empuñando la ley del mínimo esfuerzo, no descubren, sólo creen en mitos difundidos en masa, y las creencias y los mitos cambian según las épocas, lo que es totalmente hipócrita, pues tienen dos lenguas, una que dice la verdad, y otra que dice lo que le conviene. De hecho, vivo está el iluminado y lo cruficican; muerto ya lo veneran. En cambio, la persona espiritual siente, y sólo dice locuras como, por ejemplo, que algo más grande que nosotros debe haber, si no, no podríamos mirar hacia arriba. Sólo dice locuras, sí, pero su mente, su corazón y su lengua, la única lengua que tiene, están de acuerdo en lo que dice. Y lo que afirma es que no hay nada más sensible que esta energía que ama sin distinciones la pobre materia de nuestras vidas.

Tenemos a Stan Getz, el poema Lady Shazam, los nocturnos de Chopin e incluso tu anterior libro, titulado ‘Las lágrimas de Chet Baker…’, artista también mencionado en ‘Huelga decir’. ¿Qué papel ha desempeñado la música en tu vida?


A mí de pequeño me despertaban con música los fines de semana mis tíos y mis hermanos, era una maravilla empezar a abrir los ojos con los primeros acordes de The Wall de Pink Floyd o el Smoke on the water de Deep Purple, o con Wonderful Life de Black, o el Another day in the Paradise, de Phill Collins. Mis hermanos tenían una banda de Heavy Glam, y viví desde muy crío sus ensayos, actuaciones, ilusiones y desengaños. Fue un poco más mayor que descubrí el jazz. Mi vecino de arriba era abogado, y se pasaba horas tecleando en una máquina de escribir y escuchando aquella música. Yo salía a sentarme al patio de luces a escucharla, fascinado. En ese momento me vinieron dos cosas que me acompañarían toda la vida: la escritura y la música.
Me paso, desde que me levanto con el primer café hasta que me voy a dormir (antes dormía con música puesta, pero ahora que estoy casado ya no puedo jajaja) escuchando música. Como no podía ser de otra manera, al final escribí un poema sobre ello: de todas las relaciones de pareja / amo la música / porque es/ todo lo contrario / de mi ausencia.

Has publicado, si no me equivoco, 7 libros. ¿Y ahora qué? ¿La poesía continúa?


Son ocho en realidad jajaja. Pues hace apenas unas semanas he terminado un poemario en el que llevaba tres años trabajando. En este libro aparece un nuevo aspecto de mi Realismo Bastardo que nunca antes había tratado en mis poemas, o habían sido tratados con tristeza, de una manera incompleta, y es la poesía amorosa, alucinantemente romántica. Y hasta aquí puedo leer, jajaja. Es el libro que más he disfrutado en escribir, donde me siento completo. Sinceramente, ahora no sé qué hacer. Suerte que guardo aún poemas al margen de esta dimensión romántica, donde aún se puede ver al Abel Santos mordaz, crítico, metapoético y que mira atrás, hacia su pasado. Pero tengo puestas todas mis esperanzas en ese camino dulce que he reflejado en mi libro feliz, como yo lo llamo. No sé qué pasará. Si lo publicaré o se quedará guardado en un cajón hasta ver el momento perfecto para publicarlo. Mientras tanto, la poesía continúa…