«Dicen que cada ser humano atesora en su alma, lo sepa o no, una cualidad que lo hace único, un don asombroso que con suerte terminará aflorando en algún instante de su vida o que, por desgracia, morirá en silencio dentro de su espíritu».

Nuestro protagonista, Horacio, descubre ese don cuando apenas ha dejado atrás su adolescencia. Una inocente combinación de falta de conocimientos y delirios de grandeza hace que lo considere un ‘poder’. No tardará en darse cuenta de lo equivocado de su apreciación: no se tiene ningún poder sobre lo que no se puede controlar.

Rubén Castillo alterna todos los planos temporales de un hombre, o una sombra, los restos de lo que fue un hombre, para mostrarnos un presente que, a su vez, se asoma al futuro y busca explicaciones en el pasado, recorriendo de nuevo las piedras en las que se ha tropezado, rememorando cómo levantarse tras la caída, qué otras opciones había, por qué no se aprovecharon…

Es esta mirada atrás una novela de iniciación, la intrahistoria del joven que, como se ha dicho, pronto descubre que no sólo no tiene ningún poder, sino que su don puede procurarle más dolor que soluciones, pues se le impone una responsabilidad para la que no está preparado, un lastre demasiado pesado del que no podrá desprenderse mientras viva.  Tratará entonces de seguir el camino que el conocimiento y la experiencia de su mentor le irá marcando, pero no podrá evitar los tropiezos propios de su temprana edad. Y entonces, muchos años después, cuando cree tenerlo todo dominado, un instante de debilidad y todo vuelve a empezar.

Compartiremos con el protagonista la incomprensión de los demás, el miedo a lo desconocido del que será víctima y le llevará al ostracismo, el desarraigo de los ‘elegidos’… Un matrimonio fallido con una mujer cuya familia jamás aceptó la relación, un viejo amigo cuyo rostro el tiempo casi ha borrado, que adivinó antes que nadie lo que se fraguaba en su interior y se convirtió en su luz, su guía, los recuerdos de una familia que se resquebrajaba por momentos…

Los arcanos muestran respuestas que no se quieren saber, imágenes ante las que no sirve de nada cubrirse los ojos, caminos que tendremos que elegir aun sabiendo que desembocan en un acantilado. El calendario de Dios ya está escrito, y el hombre no puede alterarlo.