Todo es vorágine, el primer poemario de Álvaro Bellido (Boria Ediciones, 2018), se estructura en cinco bloques numerados del cero al cuatro. Como ya ha señalado en alguna ocasión Luis Sánchez Martín, editor de Boria, el poemario presenta una estructura a modo de novela y, en efecto, podemos decir que contiene una historia con su planteamiento, nudo y desenlace. Hay un antes del encuentro con la amada, un punto de inflexión doloroso y una superación de esa vorágine que es la vida. Al final, queda una sensación de alegría cautelosa, una esperanza impregnada en un baño viscoso de realidad caprichosa y cruel. Álvaro deja poco margen a la utopía en este libro. La realidad duele y escuece, y en ningún momento trata de ocultarlo.
El primer bloque del poemario lleva por título Bloque 0. Prehistoria: arqueología de lo nuestro. En este apartado inicial, Álvaro nos habla de los orígenes, de la Prehistoria de una historia de amor que denota una gran intensidad desde el propio título, al considerar el poeta que unos cuantos años son ya prehistoria. Se produce una dicotomía entre luchar por salir del agujero o seguir en el abismo. Aparecen ya algunos temas que serán recurrentes a lo largo del libro, como las alturas, los acantilados o precipicios, el vértigo, etc. En el poema Furgón destartaladoobservamos una búsqueda de la belleza en lo cotidiano, incluso una estética de la fealdad (“por eso, este sabor a óxido / de mis besos”). En Todos los precipicios nos encontramos con la fatalidad irremediable de nuestro destino: “Todos los precipicios, tú”. En el poema Prehistoria apareceun primer punto de inflexión, un cambio a mejor antes y después de la llegada de la persona amada. “Después llegaste tú / y todo fue más fácil”.
Tras este primer bloque introductorio, pasamos al Bloque 1. Geografías: los lugares que hablan de ti nunca mienten, en el que hallamos algunos puntos geográficos visitados y compartidos. Transmite este apartado cierta sensación de pequeñez ante la inmensidad, el miedo a la caída al vacío, algo apreciable en poemas como Montecarlo, 223, que evoca en cierta medida las habitaciones separadas de Luis García Montero. Aquí, Álvaro Bellido reflexiona sobre esa soledad de las habitaciones de hotel, la melancolía inherente a ellas y esa realidad despersonalizada que encierran. “Las habitaciones de hotel no tienen memoria”. En Los acantilados, vuelve a aparecer el vértigo, el miedo a las alturas, la concepción de la vida como un deambular por una cuerda floja: “Apuesto por el vértigo / de no estar a tu altura”, o “libero mis tendencias suicidas”, adentrándonos en otro de los temas recurrentes del libro, el suicidio. Otro poema de este bloque 1, Círculo polar ártico, ahonda en la omnipresencia de la amada, su calor vital, su presencia como una figura casi todopoderosa: “y tú contraatacas al frío” / “y en mi soledad, la cama es el ártico, / tu ausencia un iglú con goteras”.
El bloque 2. Supervivientes. El atentado biológico de nuestra vida, es la parte sin duda más dura del poemario, la que muestra sin piedad esa vorágine existencial, siempre dispuesta a engullirnos. Supone este bloque un drástico punto de inflexión, un giro drámatico de un realismo extremo. El poema La décima de segundo es realmente ese giro de 180 grados, el momento en que se destensa la cuerda floja que vuelve tan inestable nuestra existencia. “Que todo es vorágine, riesgo, azar, caos”. Como dato curioso, he hallado un paralelismo en este poema con estos versos míos: “Cuidémonos de la excesiva normalidad. / Ninguna calma dura eternamente”. En cierto modo, podríamos concebir el libro de Álvaro Bellido como una suerte de antídoto para luchar contra esa vorágine inevitable que es la vida. Otro poema de este bloque, Fukushima, nos habla de nuevo sobre la catástrofe, la supervivencia, la lucha por la salvación, la superación de esa catástrofe que parecía insalvable; en suma, nos habla sobre la lucha contra el olvido. Vesubio representa la unión ante la adversidad, la unión como fuerza. “El mundo se nos desprende en pavesas y quiero recogerlas contigo”. Por último, en Tu peinado, el poeta nos habla sin tapujos de un tema tabú donde la realidad despiadada es retratada sin maquillaje. “Luces ahora tu pelo rizado / pero no olvidas que hubo un día / en que el peinado no era el problema”.
Por su parte, el Bloque 3, Desordenado etcétera: las pequeñas cosas son grandes, nos trae a la memoria unos versos de Raquel Lanseros: “duele el dolor, decías, / pero si uno es valiente, / las pequeñas espinas son pequeñas”. Establezco esa relación dado que en ambos poemarios es apreciable una reflexión sobre la relatividad de lo que vivimos. Esto se aprecia perfectamente en Desordenado etcétera, donde se refleja un futuro realista, con total sinceridad, sin utopías ni metas inalcanzables. No se ofrece un mañana color de rosa, sino un futuro con contratiempos inevitables: “Poco puedo ofrecerte. / Acaso un futuro a contrarreloj”. Lo que se ofrece es algo pequeño, pero que es todo lo que el poeta tiene y, por lo tanto, supone algo muy grande: “(..) este ahora: / un desordenado etcétera / en el que quiero hacerte / cómplice de este caos”. Otro tema recurrente en este bloque es la cama, el despertar, lo cotidiano: es decir, la calma que proporciona la intimidad. Llama la atención el poema La volea de Zidane, al que he calificado como una metáfora pop: está construido en base a una imagen grabada en el imaginario colectivo de los aficionados al fútbol (en especial de los madridistas). Se percibe en este bloque un optimismo, una búsqueda de la felicidad, aun siendo consciente de que acercarse a ella es una tarea de una dificultad extrema, como esa volea de Zidane. En Lunar, nuevamente nos encontramos con la alusión al detalle, a lo ínfimo, que adquiere una máxima importancia, la categoría de universal, al igual que ocurre en Las pequeñas cosas, donde también comprobamos cómo lo minúsculo puede ser global. “Un enorme universo / de pequeños gestos”.
Por último, llegamos al Bloque 4: “Teoría de la luz: mis sombras ahora / sonríen algo más, un título optimista pero con reservas. Las sombras y la oscuridad no desaparecen, simplemente se hacen más llevaderas. Sonríen, que no es poco. En Tratado marítimo. I. Del mar, Bellido escribe “Que mi vida sea el mar / y que tú seas / el salitre”, mostrándonos un anhelo de un futuro realista, feliz en la medida de lo posible pero sin utopías, con la belleza de la inmensidad del mar pero también con el escozor de la sal. Por su parte, los versos finales de Nenúfares suponen un perfecto resumen argumental de este poemario: “Te observo: / eres / un nenúfar en mi cama”. Estos versos recogen ese universo de la belleza sencilla, el arte de lo concreto, la huída del artificio y de lo grandilocuente, la fragilidad de la vida (como la fragilidad de un nenúfar) y, por encima de todo, el amor, la compañía y la intimidad para sobrevivir en esta vorágine.
Concluimos, pues, que Todo es vorágine, sí, pero seguimos respirando. Y mientras haya aliento habrá esperanza.
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